MEMORIAS DE GRECIA (VERSIÓN COMPLETA)
I
Por casualidad entramos a la casa de
Schliemann donde funciona el Museo de Numismática. Caminábamos por el centro de
Atenas una tarde calurosa de septiembre. Casi todos los locales comerciales
estaban cerrados por la crisis económica del país. Algún mendigo se aparecía de
cuando en vez. Uno lo hizo en dos ocasiones en calles distintas con su mano
extendida y rostro fantasmagóricamente lastimero.
En
nuestro paseo habíamos dejado atrás la Biblioteca, la Universidad y la Academia
custodiado por Sócrates y Platón. Uno observa sus estatuas e inmediatamente piensa
en los Diálogos.
Un
café al aire libre es la entrada de la mansión del descubridor de Troya y de
Micenas, cuya biografía refleja la importancia de los cuentos en la infancia. Los relatos que le hizo su
padre sobre la Ilíada lo hicieron soñar y
trazar planes. Su vida es un tratado abierto de autoestima , el cual
resumen sus palabras: “La dificultades que encuentro a mi paso, lejos de
hacerme renunciar, me dan ánimos para perseverar en la meta que me he marcado,
no escatimaré ni tiempo ni esfuerzo, ni dinero para hacerla realidad”.
En
realidad nada lo detuvo cuando se propuso demostrar que las narraciones de la
Ilíada tenían sus fundamentos históricos. Esa meta final requería alcanzar
metas intermedias para obtener dinero y conocimiento. En su juventud emprendió un viaje a Venezuela
en busca de trabajo y la embarcación naufragó en las costas de Holanda, fingió
estar enfermo para buscar ayuda y seguir adelante. En las excavaciones que
llevaron a descubrir Troya, sus hombres
fueron diezmados por la malaria. Los gobiernos de los territorios donde operaba
le pusieron trabas. Pero sus principales enemigos fueron los críticos de sus
métodos de investigación, situación que plantea un dilema hasta la actualidad:
¿Cómo se llega a verdad?
Schliemann
demostró que cada quien tienen su manera de hacer ciencia, ya que al fin y al
cabo todos los caminos llevan a Troya.
La
gente conversa en voz baja al filo de las
penumbras. Algunos fuman. Un hombre gordo y de bigotes hace anotaciones
en su agenda, en cuya portada dorada hay un rostro que puedo asegurar es el de
un filósofo pero no preciso exactamente quién es. Oigo que mencionan el nombre
de Wirchow.
Estaba pensando en organizar mi colección de
monedas y estampillas mientras hojeaba el catálogo del museo. Soñaba con hacer
unos anaqueles para mis ejemplares más apreciados como un fuerte de plata del
siglo XIX que me regaló mi padre; pero inmediatamente me frustraba en mis
divagaciones porque estoy convencido de que un museo personal no tiene sentido.
Al menos que entre en los desvaríos de aquella reina (olvido su nombre en estos momentos), y cuya obsesión era la
construcción de un museo a puertas cerradas para ser visitado sólo por ella y
los ratones.
Nos
sentamos y se acercan unos argentinos .Mientras Natalia toma su café y fuma,
aprovechando que Atenas es también territorio libre del humo del cigarrillo,
liberación que nadie toma en serio; salto de mis monedas a Rudolf Wirchow, llamado por algunos el Hipócrates
del siglo XX. La argentina es médico; mientras
que el hombre, un gordo que casi no se le entiende cuando habla y viste
camisas playeras, es un comerciante trotamundos.
Hago un comentario sobre Wirchow, quien
aconsejó la intervención quirúrgica a Schliemann para tratar su enfermedad del
oído, la cual finalmente causó su muerte; recuerdo también que fue el único
alemán que creyó en sus investigaciones, porque Wirchow , el primero en hablar
de la teoría celular, las trombosis y
las leucemias, también se dedicaba a la arqueología.
La
doctora dice que todo el mundo habla de
inflamación, pero nadie sabe
exactamente lo que es. Fue Celso, el enciclopedista romano quien afirmó que la
inflamación es cuando un órgano duele, está hinchado, rojo y caliente. Claro,
Celso lo dijo con elegancia: dolor, tumor, rubor y calor. La doctora quiso
agregar algo más cuando el comerciante la interrumpió:
¿Qué
tiene que ver ese señor romano con lo que están hablando?
Bueno,
para allá voy, esa definición sobre inflamación sólo fue complementada por
Wirchow cuando dijo que faltaba un
síntoma: la alteración de la función. Te pongo un ejemplo: una doñita viene a
mi consulta. Se queja del dolor en una rodilla hinchada, la cual además está
roja y caliente; pero la anciana entró cojeando y a eso se refería Wirchow con
su quinto signo.
La
conversación me parece una clase
aburrida de fisiología patológica, por
eso trato de darle un giro:
-Wirchow
era hombre de buen humor. Cuando su adversario político, el Canciller de Hierro
Bismarck , lo retó a duelo y le sugirió
escoger las armas de su preferencia, el médico afamado que ya era
Wirchow se inclinó por el bisturí. Además, decía que todas las enfermedades
provienen de los malos momentos, excepto la sífilis…
La
doctora retoma el tema de Celso y dice que su prestigio por sus escritos de grácil estilo llegaron a tal magnitud que muchos médicos
quisieron imitarlo y citó el caso
Felipe Teofrastus Bombast von
Hohenheim, el famoso médico suizo que se cambió el nombre por el de Paracelso
para igualarse al romano.
Interviene
el comerciante con su hablar confuso y dice que recuerda haber leído un cuento
de Borges, La rosa de Paracelso, del que sacó la conclusión que el tal médico
además era mago.
Nos
marchamos al Titania, nuestro hotel.
Algunas ciudades tienen un color predominante. Florencia es amarilla. Atenas es
blanca, de mármoles blancos.
Subimos
al Jardín de los Olivos, la terraza del Titania. La oscuridad es tanta que el mesonero muestra
el menú con linterna y lupa.
Bebemos
vino tinto a la luz de las velas. La
gente conversa en voz baja y escucha el Adagio in sol minor de Albinoni. A lo
lejos, la Acrópolis iluminada, brillante, bajo una luna grande. Pienso que por
allí anduvo Sócrates exponiendo su filosofía, en el ágora, cerca de la stoa de
Zeus Eleuterio.
Antes
de dormir leo unos versos de Arquíloco, escritos hace más de dos mil quinientos
años:
Me gano el pan
con la lanza y el vino de Tracia:
cuando bebo,
me apoyo en la lanza.
Me
echo un trago y me apoyo en mi almohada.
II
Oscar, un ecuatoriano que vive en España,
habla hasta por los codos de sus aventuras, las cuales con sonrisa de
satisfacción celebra su esposa española: viajó de Ecuador a Barbados de polizón. Conoció a un suizo que
cargaba un ajedrez. Jugaron y apostaron cien dólares. Ganó la partida y el
europeo contento por tener con quien compartir lo invitó a unos tragos, luego
de los cuales le regaló un dinero, superior al del envite. Ya en España, como
en un cuento de hadas, de los trabajos
más miserables fue ascendiendo hasta llegar un modesto cargo de una empresa, la
cual no precisa (y a nadie le interesa ese dato, por lo visto), pero que le
permite vivir sin mayores dolores de cabeza. Se disponía a dar una clase sobre el origen del hombre,
según una enciclopedia francesa, cuando divisamos una estatua de Byron.
Entonces decidió cambiar el discurso:
-¡Oh,
el poeta inglés que luchó por la independencia de Grecia! Casi llega a ser
comandante pero lo sorprendió la muerte. Es mi héroe porque decía que el hombre
rebelde debe contemplar los más variados paisajes para reconfortar su espíritu
y entender mejor el sentido de la vida. Es decir, debe moverse por todo el
mundo.
El trotamundos argentino dice no
saber si es cierto lo comentado por Oscar sobre Byron, pero comparte esa visión
romántica, y agrega que la rebeldía de Byron no era más que resentimiento social porque era cojo, y todos
los rencos son inconformes y hasta malos, a veces.
La doctora tercia en la conversación:
-No
quiero entrar en las teorías de Freud porque no es mi fuerte. En cambio puedo
decir que Byron pensaba constantemente
en la muerte y en lo terrorífico de la
vida. Fue el precisamente quien
sugirió a Mary Shelley la idea para que
escribiera lo que resultó su novela Frankenstein. Byron era enfermizo, por eso
siempre lo acompañaba Polidori, su médico personal. Murió de epilepsia o de
malaria. No se sabe exactamente.
Yo
expongo que la causa directa de su muerte fue el shock hipovolémico por las
sangrías, el método curativo preferido de la época .Le sacaron más de dos
litros de sangre. Recordé que mi
abuela Matilde solía contar que dos de
sus hijos murieron desangrándose en
unas poncheras, con las venas cortadas, por prescripción médica.
Paramos
la tertulia para caminar por los alrededores del Templo de Zeus Olympios . Es
un día claro, soleado. Las ruinas del templo están en medio de un territorio
amplio y limpio. Los vendedores de recuerdos se agolpan a nuestro alrededor
para ofrecer sus mercancías. Nosotros seguimos hacia la Puerta de Adriano o
mejor dicho: el arco que queda de ella.
III
Subimos
hacia la Acrópolis con sumo cuidado porque el suelo en algunos tramos puede resultar resbaladizo.
Inmediatamente, Oscar empieza hablar de
las columnas griegas y sus diferencias. Dóricas, las más simples;
jónicas, un poquito más acabadas con unos cachos enrollados arriba; y por último, las corintias, fáciles
de identificar porque arriba tienen una flor.
Dionisio, nuestro guía griego, lo corrige: hay
que observar los capiteles o extremo superior de las columnas. En efecto,
el orden dórico es el más antiguo y
sencillo, está en los templos dedicados
a un dios y no tiene base. Obsérvenlo en la parte externa del
Partenón, mientras que adentro está
el jónico, en cuyo capitel están
dos volutas y , no cachitos, y está dedicado a una diosa .Por último, el
corintio que tiene un capitel formado por hojas de acanto . Luego Dionisio
bromea:
Dicen que a Calímaco, el escultor que inventó
el orden corintio, se le ocurrió este remate de las columnas cuando vio sobre
una tumba las hojas de acanto. Otros afirman que se prendió el bombillo cuando
una joven colocó flores sobre una canastilla. Pero bien pudiera
ser que la idea le vino cuando preparaba un té con las hojas de acanto
para curarse una diarrea, porque la planta es medicinal.
La
gente, proveniente de todos los confines del mundo, pasea por los escombros de
mármol y entre los restos de columnas.
Algunos con curiosidad frívola; otros con aparente devoción; pero todos con
admiración. Hay jóvenes enérgicos que
corren, saltan y toman fotos hasta a las piedras. También hay ancianos con muletas, bastones y en
sillas de rueda. Están cumpliendo un viejo sueño que razones materiales no le
permitieron realizar en su juventud.
Ahora, hay dinero, pero la salud es tambaleante. No obstante, la voluntad se
impone cuando se ama el arte y no se quiere morir sin antes contemplar las
maravillas de la Antigüedad. Bueno, pero las razones reales pueden ser de las
más variadas e inesperadas y tal vez estén cumpliendo una promesa como lo hacen
los cristianos que se imponen cilicios o autoflagelaciones para fortalecer el
espíritu. San Pablo predicó por estos sitios y por eso los griegos son muy
creyentes y se persignan a la manera ortodoxa cada vez que ven una iglesia. Lo
hacen con fervor y muy lentamente. Una vez noté que un chófer se persignaba con tal devoción y entrega que
temí perdiera el control del bus.
Dionisio señala hacia un punto y dice:
hacia allá están las ruinas del teatro mío, bueno, corrijo, el gran Teatro de
Dionisio, el más viejo del mundo. Allí presentaron sus obras Esquilo, Sófocles
y Eurípides. El teatro griego reflejaba la inevitabilidad y dureza del destino.
La propia vida de los dramaturgos estaba signada por el destino: a Esquilo el oráculo le dijo que moriría aplastado por
una casa. Esquilo fue muy precavido y tomó las medidas para salvarse. Se fue a
vivir al aire libre, pero igual murió cuando le cayó una tortuga en la cabeza
lanzada por un buitre.
Bajamos. Nos hacen una demostración con una
copa de Pitágoras: tiene un tope que si
se sobrepasa el vino se derrama todo. Las interpretaciones sobran: beber
moderadamente; la avaricia rompe el saco; rígete en tu vida con una regla de
oro; no abuses en tus placeres; lo bueno cuando es mucho es malo, mientras que
lo malo es bueno si es poco. Esta última frase para recordar a Don Quijote.
Entramos al Museo de la Acrópolis con suelos
de vidrio. Al principio caminamos con
mucha prudencia como temiendo una fragilidad de los pisos, a través de cuyas transparencias se observa
el fondo
muy lejano con las excavaciones arqueológicas. En las salas están las
vitrinas donde se exponen hallazgos de la ciudad antigua; abajo, vidrio
mediante, están los restos de la propia ciudad con sus calles y casas, algunas
de las cuales datan de varios siglos antes de Cristo.
La sala dedicada al Asclepión tiene estatuillas del dios de la Medicina,
instrumentos quirúrgicos, ventosas y representaciones de partes del cuerpo
humano en calidad de exvotos. Estos últimos son en nuestros días los recuerdos
que deja la gente en las capillas de carreteras dedicadas a las ánimas, llenas
de velas encendidas, imágenes y placas que recubren las paredes hasta más no
caber.
En algún lado Asclepio está junto a su
familia y con personas que recuperaron su salud, supuestamente con su poder
curativo. Pero también hay casos no necesariamente relacionados con un enfermo,
como un cochero que le agradece a Asclepio haber salido ileso cuando su carreta
se volcó.
La calle de Dionisio es un largo paseo con
una vista de olivos y cipreses del lado de las ruinas; del otro, edificios de
mármoles blancos. Los artistas trabajan al aire libre y venden sus obras. Una vietnamita hace iconos ortodoxos. Jorge, un pintor polaco, que fue
marinero y estuvo varias veces en Venezuela, pinta un Partenón y se lo
compramos. Un hombre toca el buzuki y le pido que saque el tema de Zorba, y lo
hace muy bien por algunos euros.
Nos
acercamos a Plaka, el barrio más antiguo de Atenas. En la calle Monastiraki ,
la principal y más concurrida, cuando apenas entramos vemos a un hombre dormido
con sus manos sobre una mesa improvisada. Un gato negro duerme plácidamente
frente a su cara. Natalia dice que en Moscú también se ven estos personajes que
piden ayuda para alimentar a sus
animales.
Decidimos sentarnos en una “taverna”, un
restaurant griego típico. Nos ubicamos al aire libre. Pedimos musaka, una
especie de berenjenas rellenas con carne de cordero; y ensalada griega: trozos
grandes de tomate manzano, cebolla morada, pimentón, pepino y un pedazo de
feta, queso griego blanco hecho con leche de oveja. Todo, por supuesto con
mucha aceite de oliva. Para beber nos traen ouzo, el cual no nos agrada por su
sabor dulzón anisado; preferimos el vino blanco para brindar. Entre las mesas
deambulan cantores con sus instrumentos; y, ya con varias copas de vino en el
buche, uno quisiera creer que son rapsodas recitando poemas homéricos. Aunque
es razonable pensar que es parte de la misma
tradición griega que produjo las obras inmortales, fundamento de la
literatura occidental.
Los
comensales tienen un método fácil para
diferenciar a un aedo genuino de un
aventurero que milita en un oficio que
desconoce, obligado por la crisis económica: le solicitan Zorba. Un hombre se
acerca y rasguña desentonadamente su
instrumento y se aleja rápidamente cuando se le pide la pieza inmortalizada en
el cine. Luego viene una joven, un niño, una niña. Todos tienen en común un mismo
rostro. Son gitanos rumanos, comentan.
Vendedores
de toda calaña hacen cola para ofrecer sus mercancías. Decidimos, entonces,
hacernos de la vista gorda ante tantas propuestas artísticas y comerciales. Por
eso cuando nos abordó un joven vendiendo flores
ni nos inmutamos. Entonces, el florista ambulante le obsequió teatral y galantemente una rosa Natalia y se
alejó inmediatamente. Lo llamé para agradecerle y pagarle. Sonrió y se explayó
en alabanzas y agradecimientos. Por lo visto el truco de poner a prueba sutilmente
la caballerosidad de los otros le ha rendido frutos en anteriores ocasiones .Su actuación es un guión ensayado.
Entramos a una tienda y tratamos de
conversar con la dueña en spanglish. Pero notamos el acento eslavo y
entonces hablamos en ruso. Aquí hay
muchos rusos y es usual encontrárselos en cualquier calle. Los griegos los
consideran sus hermanos por el lazo cristiano ortodoxo que los une y por la
solidaridad siberiana manifestada en tiempos difíciles de guerras e invasiones.
Mientras miramos los dulces y licores
alguien trata de robarse una bagatela de los estantes: era la misma joven
gitana que en cuestión de minutos había
abandonado el pentagrama para dedicarse a otro oficio.
Cruzamos
a través los vericuetos de las
calles bizantinas para tomar un taxi que nos lleva al hotel.
En el cuarto hay dos pinturas: una con un ramo
de flores; otra, con varias frutas: uvas, peras y manzanas.
Para complementar el ambiente de naturaleza
muerta que nos rodea descorchamos una botella de vino tinto de Creta,
recomendado por la rusa de la bodega de Plaka.
Después de unas cuantas copas y de un vistazo
sin mayores propósitos del cuadro, se asoma la silueta surrealista de un hombre
acostado: las uvas son el cabello, dos uvas más son los ojos, una pera con tallos de uvas hacen la nariz, dos manzanas forman las mejillas, y una pera es la barbilla.
IV
La mañana es oscura y tibia. La quietud
matutina sólo es interrumpida tímidamente con una bandada silenciosa de palomas
que cruza el cielo ateniense. Es muy temprano aún; sin embargo, ya la gente
empieza a desplazarse por las calles.
Llegamos
hasta el puerto de Trokadero, donde nos espera una ceremonia antigua, reservada
ahora sólo para turistas: nos recibe un grupo de personas en trajes griegos
típicos y nos dan la bienvenida con trompetas e instrumentos parecidos al
saxofón.
Abordamos el barco Platitera Urano con varias
salas, tiendas y cafetines. En tres horas de viajes tenemos la paz del Egeo a
nuestros pies y una cadena de pequeñas montañas que a veces parecen estar muy
cerca como si nuestra navegación fuese de cabotaje.
Entramos
al golfo Sarónico y bajamos en la isla de Hidra con calles de piedra,
laberínticas y como buscando el cielo. En otros tiempos aquí se hacían barcos
de guerra. No hay carros, pero si muchos comercios y puntos de comida.
En los puestos de revistas se exhiben los
rostros de Sócrates . Platón, Aristóteles y otros filósofos plasmados en
libros, cuadernos y agendas.
En el barco nos espera el almuerzo y música en
vivo. Alguien del grupo está cumpliendo años y se lo celebran con cantos en
griego y un brindis con vino de Creta.
En poco tiempo llegamos a Poros, una isla
volcánica, con muchas montañas y pinos. La tarde es fresca con una claridad que
parece mañanera. Desde los balcones (da la impresión de que todas las casas los
tienen) nos saludan. A lo lejos se divisa una región boscosa, donde se ubicaba un templo dedicado a Poseidón.
V
Estamos en Egina, la isla de los pistachos.
Apenas bajamos del barco se nos acerca el comité de bienvenida: un montón de
gatos. Los felinos son parte del paisaje de la isla y acompañan siempre a los
pescadores.
Entre
la multitud, al recorrer los puestos comerciales, te imaginas el mercado
antiguo de Egina, donde fue vendido Platón como esclavo. Seguramente esta vivencia traumática resultó para el filósofo en una experiencia
vital creativa porque inmediatamente, luego de su rescate, decidió abrir su
escuela en el Gimnasio de la Academia de Atenas. Sublimación de una tragedia
personal, diría Freud.
Aquí
lloró de nostalgia Demóstenes cuando fue expulsado de Atenas por razones
políticas.
En esta isla nació uno de los médicos
bizantinos más importantes : Pablo de
Egina. Estudió y trabajó en Alejandría.
Fue cirujano y obstetra. Fue
médico práctico, alejado de la medicina religiosa. Escribió “De la Medicina”, donde habla sobre
higiene, dietética, cirugía, patología general, enfermedades del cerebro,
oídos, ojos, nariz y boca. Estudió
también la lepra. Hizo referencias sobre
Hipócrates . Del estudio de la medicina
dijo: “Es tan difícil, por no decir imposible, recordar todos los conocimientos
médicos y sus particularidades”.
Caminamos entre calles estrechas y empedradas con innumerables negocios, bares y ventas de pistachos, los
cuales en cada lugar te ofrecen para probar. Algunos se quejan de la mala
cosecha de este año; pero rápidamente empiezan a alabar la calidad de sus
frutos y con detalles explican las diferencias y propiedades de las variedades
que ofrecen.
De las casas con porches adornados con parrales
emanan fragancias culinarias, nunca antes percibidas por nosotros, que provocan
el apetito.
Mientras
nos acercamos a una plazoleta con pinos, un carruaje tirado por caballos con
paso lento y acompasado cruza la calle.
En esta plazoleta Natalia y yo escuchamos
el canto de las chicharras.
El
repique de unas campanas nos lleva hasta una pequeña iglesia ortodoxa. Una
viejita camina por el estrecho recinto y
limpia con devoción los iconos. Le preguntamos por el templo; dice que
se llama Madre de Dios y nos obsequia unos folletos en griego.
Nos
sentamos. Las luces de unas velas muy delgadas apenas contrarrestan la
obscuridad del santuario silencioso y aromatizado con incienso.
Regresamos
a la vida mundana. En el barco ya están los artistas para interpretar
cantos y danzas folclóricas griegas.
La
gente pide el tema de la película Zorba. Tal parece que hasta allí llega
nuestro conocimiento sobre la rica
cultura musical griega
VI
Por
televisión pasan un programa especial dedicado a Domenikos Theotokopoulos, El
Greco. Hablan de sus periodos y estancias desde Creta, Venecia, Roma hasta
Toledo.
Vamos
hacia Corinto. Montañas grandes y pequeñas
se muestran en un día claro y soleado. Algunos afirman que el esplendor
y belleza del paisaje griego propició el pensamiento filosófico.
Ante nuestros ojos la Vía Sagrada que llevaba
a los creyentes en procesión a cumplir con los ritos de los Misterios eleusinos
dedicados a Deméter y Perséfone que se
celebraban en Eleusis, mito que explica el origen de las estaciones. La
experiencia mística de los iniciáticos con
visiones que llegaban hasta el Más allá, supuestamente producto del
fervor religioso, algunos se la adjudican a los efectos psicodélicos de una
bebida que tomaban, llamada ciceón, de cebada y centeno, en la que
crecían hongos alucinógenos.
A
mi izquierda el Mar Egeo; muy lejos la isla de Salamina, símbolo vivo de la
cultura occidental por el hito histórico
que marcó la batalla naval del 48 a de C;
a la derecha ruinas de un templo dedicado a Afrodita.
El
famoso canal de Corinto, visto desde el puente, semeja una zanja muy grande con
una simplicidad que desencanta. ¡Cuidado¡ -
grita alguien-, que mientras contemplas distraído el canal pasan
corriendo los carteristas . Y uno piensa que en todas partes cuecen habas.
Según
la mitología en Corinto se construyó el Argos, nave de Jasón y su tripulación
de argonautas que partieron en busca del vellocino de oro.
Por
allí el templo de Pablo, el verdadero difusor del cristianismo. No muy lejos
están las ruinas del templo construidos por el propio Hércules, en Nemea ,
donde mató al famoso león como parte de sus trabajos, según la mitología.
Degustamos el vino dulce de Nemea para celebrar nuestro
encuentro con las tierras de Hércules…
Antes
de llegar a Micenas avistamos las
montañas de Arcadia, donde se ubica el Monte Taigeto , de cuyas cimas los
espartanos lanzaban a los niños nacidos defectuosos para controlar la pureza de
su raza, una de las más primitivas manifestaciones de la eugenesia. La rudeza
espartana exigida para preparase para la guerra, estaba, por supuesto, muy
distante del concepto actual de “niños especiales”.
Por
estos parajes moraba el semidios Pan, responsable de las brisas del amanecer y
del atardecer, también de la siesta. Era
cazador, curandero y músico. Las ovejas corrían asustadas ante su presencia, de
allí el significado de pánico.
Los
bloques de los muros de la Puerta de lo
los leones de Micenas son gigantescos: uno se coloca frente a ellos y
sobrepasan la estatura media de una
persona. Los griegos antiguos no creían
que estas construcciones se debían a mano de obra humana y le adjudicaron esa
labor a los Cíclopes, gigantes con un solo ojo y fuerza descomunal. Estamos en el
reino de Agamenón.
Dionisio
dice con sorna: la G uerra de
Troya, según Homero, es la expedición de castigo por parte de los aqueos, para vengar
el rapto de Helena de Esparta por
el príncipe Paris de Troya. Sin embargo, la realidad es otra: la guerra fue
como siempre por motivos económicos. La Ilíada era la telenovela de aquella
época…
Entramos
a la tumba de Agamenón, semejante a una cueva de ladrillos con un techo muy
alto de forma cónica. Después de caminar bajo un sol inclemente el recinto funerario
nos parece muy fresco, un verdadero
oasis para el descanso y llevar el pensamiento a tiempos legendarios…
Interviene
Oscar : Agamenón fue asesinado por su esposa, Clitemnestra. La hija de ambos,
Electra, dio muerte as u propia madre para vengar a su padre. De allí los psicoanalistas definieron el
Complejo de Electra o atracción afectiva de las niñas por el padre, entre los
tres y cinco años de edad, como parte de su desarrollo normal, en
contraposición del Complejo de Edipo.
Al salir de las ruinas del Palacio de Micenas
contemplamos nuevamente las montañas de Arcadia con curiosidad y fruición infantiles para comprobar una creencia
popular muy antigua de la región, según la cual en una de las cimas de la
serranía está el cadáver de Agamenón. Agudizando la vista y la imaginación se
logra ver el perfil de un rostro durmiente en posición horizontal. La frente, la nariz y la barbilla
son los rasgos más sobresalientes.
La
médico argentina habla de Árgos, la ciudad hermana de Micenas en la
Guerra de Troya:
-De
esa población son los gemelos Cléobis y
Bitón, cargaron como bueyes el carro de su madre Cidipe, sacerdotisa de Hera. Iban a un
festival religioso. Cidipe pidió a Hera el mejor obsequio para sus hijos. La
diosa les dio la muerte como mejor regalo para un mortal. En cierto modo-
continúa la galeno- esa tesis la resume Sócrates cuando se le condena y se siente feliz de morir para liberar el alma del cuerpo y
reencontrarse en el Más allá con muchos personas buenas y sabias.
Nos
dirigimos a Epidauro , pero antes nos
detenemos para almorzar en un restaurant
en el pueblo de Ligurio. El bar
al aire libre está defendido de los rayos solares por una red tupida de
plantas de uvas. Una fuente en el medio del produce ruido de cascada en cuyas
aguas nadan peces multicolores. Nos sirven souvlaki con papas y ensalada
griega.
Llegamos
al teatro de Epidauro en medio del bosque. Para comprobar su acústica la gente
canta y aplaude desde el centro, entonces el sonido se desplaza nítido hacia
todos los lados de las gradas.
Luego
vamos al museo de Asclepio, el dios de la medicina, quien aparece como guerrero
y médico en la Iliada. Probablemente vivió hace más de mil años antes de Cristo
. Una leyenda dice que Asclepio es hijo de Apolo en Coronis. Coronis estando
embarazada cometió adulterio con Isquis. Apolo castigó con la muerte a ambos
adúlteros, pero primero extrajo por cesárea a su hijo Asclepio y se lo entregó
al Centauro Quirón para que lo educara. Quirón
le enseño el arte de la medicina.
Otra
leyenda explica que Coronis dió a luz a Asclepio y lo dejó en el monte Titeión.
Lo amamantó una cebra y lo cuidó un perro. El pastor Arestanos encontró al
niño, quien poseía una iluminación sagrada. Asclepio devolvía la vida a los
muertos. Hades protestó ante Zeus temeroso que el más allá quedara despoblado.
Zeus lo mató con un rayo. El castigo era consecuencia de su transgresión. No le era
permitido actuar contra la naturaleza. Asclepio resucitó para convertirse
en Dios de la medicina, cuyo culto se le rendía en los asclepiones. Estos
templos son los antecedentes históricos de los hospitales y de los balnearios.
El
asclepión era visitado por los enfermos provenientes de todos los confines de
Grecia. El paciente dormía en el Ábaton y el dios lo visitaba en sueños para
curarlo .La ceremonia empezaba al anochecer con ritos especiales. Se ayunaba y
luego se tomaba un baño religioso. Después el enfermo se vestía con una túnica
blanca. Ofrendaba a Asclepio con un regalo: comida o un animal como el gallo,
cuyo canto ahuyentaba los malos espíritus. El sueño podía ser inducido por
drogas. El sacerdote se vestía como Asclepio y visitaba a los enfermos. Curaba
y daba consejos. El enfermo al curarse pagaba con exvotos que representaban la
parte del cuerpo curada: orejas, brazos, vaginas, úteros, pechos, etc. También daba limosnas.
A las cinco de la tarde el sol es fuerte; sin
embargo, hay una luna grande transparente sobre un bosque de olivos. En casas aisladas con sus huertos
se observan tablas solares; y en los
espacios abiertos las aspas de los molinos laboran armoniosamente bajo la égida
de Eolo.
Vamos
hacia el noreste, dice Dionisio- vean hacia allá, el Mar Jónico. Pasamos el río
Alfeo. En la mitología Alfeo era un cazador que se transformó en río del
Peleponeso para seguir a su amada
Aretusa, quien queriendo ser virgen siempre se había convertido en fuente.
El
guía habla de las costumbres del Peleponeso de no muy lejana data sobre
experiencias familiares. Los matrimonios por robo eran comunes. Su propio
abuelo raptó a la abuela. Tuvieron muchos hijos, pero luego el abuelo abandonó
su prole y se fue a África. Regresó luego de muchos años. Estaba arrepentido
pero los hijos nunca lo perdonaron.
Una
vez-sigue Dionisio-visité en Esparta a una prima. En su casa su esposo no me
brindó ni agua. Así son los espartanos de rudos desde tiempos remotos.
VII
Son casi las ocho de la noche cuando
llegamos a Olimpia. El Arty Grand Hotel , construido sobre la colina de la
antigua ciudad está rodeado de olivos. En el cafetín conversamos con unas hermanas
canarias. No pierden una vacación sin visitar un país distinto. Citan a un
viajero turco, cuyo nombre no recuerdan: “Viajar es algo que te llena de vida. Si no lo
haces no puedes resolver tus problemas, no puedes hablar…Si no sales no puedes
ser exitoso en la vida”.
Dicen
gustar mucho de la arepa venezolana; y explican que el carácter peculiar
canario proviene de una mezcla de tres
continentes: “Tenemos la cabeza en España, el corazón en América y el cuerpo en
África”. Mientras conversamos probamos la metaxa : el licor nacional griego con
sabor a brandy y vino.
Natalia
y yo nos sentamos en el balcón, amplio y fresco, con muchos olivos al frente y cantos de grillos. Seguimos probando la metaxa
, pero ahora me parece su sabor igual al aguardiente macerado con píritu que
consumíamos en Las Mercedes del Llano en tiempos del liceo.
En la mañana por la ventana penetra un aire
frió y se escuchan cantos de gallos. Toques de campanas provienen de muy lejos.
Visitamos
los templos de Zeus y Hera, los restos de los talleres de Fidias y Praxíteles.
En el Estadio es costumbre correr y
posar donde se encendía y aún se
enciende el fuego olímpico como un ritual para rendir tributo a la
grandeza cultural deportiva de la Antigüedad.
En el Museo de Olimpia llama la atención de
todos los visitantes el Hermes con
Dionisio. En la mitología Zeus se enamoró de Sémela, joven muy hermosa, hija de
Cadmo rey de Tebas. Quedó embarazada pero Hera, esposa de Zeus estaba furiosa
de los celos y prendió fuego al palacio de Sémela, quien murió carbonizada.
Zeus rescató el feto (Dionisio) y se lo implantó en su muslo .Llegado el día de
nacimiento, Zeus rompió los puntos y saco a Dionisio, a quien Hermes ayudó
luego a escapar de la ira de Hera.
El
mito de Dionisio pudiera ser una reminiscencia del embarazo ectópico y un
remoto antecedente del embarazo masculino. Con razón decía Engels que cualquier
idea nueva no era más que una idea muy vieja y olvidada que una vez estuvo en la mente de los
antiguos griegos.
Nos
detenemos ante una curiosidad que al principio pensé se relacionaba con la medicina
o con los estudios de anatomía, pero en realidad son huesos de animales usados con instrumentos
de trabajo en escultura.
Partimos hacia Patras. El paisaje cinético
son ahora de casas con pórticos y estatuas;
el mar Jónico ; Ítaca, la patria de Odiseo; Lepanto, donde Cervantes
perdió la movilidad de su brazo izquierdo en batalla que el propio Manco ilustre calificó de memorable; el largo puente de Rion-Antirion, y el Monte
Parnaso, morada de Apolo, las Musas y los poetas.
VIII
Delfos
es una ciudad pequeña con calles empedradas y muy limpias. Me detengo en un
punto y miro a los lados. Entonces tengo la sensación de que algunas de estas
calles son caminos largos que se alejan muy hacia arriba; mientras que otras
bajan profundamente.
El
hotel Hermes es pequeño con habitaciones que se encuentran subiendo y bajando
escaleras. En la sala principal las paredes son de piedra, adornadas con
esculturas de Hermes y Esculapio, y cuadros de iconos ortodoxos. En lugar
aparte y aparentemente preferencial está una copia de La Escuela de Atenas de
Rafael con dos grandes velas encendidas
a los costados. Nuestro cuarto tiene pinturas con temas mitológicos, también mesas y sillas desgastadas por el uso, pero
este barniz de vetustez es agradable.
En
el cafetín un arquitecto mejicano dice que lo más importante de su vida hasta
ahora es haber corrido en el Estadio de Olimpia, y luego habla de la
independencia de su país y nos obsequia unas insignias sobre la misma.
En
la noche leo unos libros de mitología griega que compre en las tiendas cercanas
al hotel. Sueño que recorro las calles de Delfos trazando señales con un hilo
para no perderme. Teseo y Ariadna me visitaron, por lo visto.
En la madrugada el Parnaso es un terraplén
oscuro con alguna estrella sobre su lomo. Con las primeras luces del día se
divisa el mar Jónico.
Subimos
hasta el templo de Apolo, donde se ubicaba el Oráculo de Delfos. Empieza a
llover y algunos se detienen hasta que escampe. Nosotros seguimos junto a un
grupo regocijado porque cree que es una
bendición del oráculo. Por estos lares anduvo Apolo desde niño. Aquí al nacer
se le separó del cordón umbilical en el Ónfalos, centro de macro y del
microcosmos y que recordamos al referirnos a la inflamación del ombligo:
onfalitis. Aquí mató a Pitón, en lugar
conservado hasta nuestros días, para
posesionarse y tener su propio templo con
el famoso oráculo. Apolo tenía, entre otros muchos
atributos, el poder de la muerte súbita, de las plagas y enfermedades,
pero también el de la curación y protección contra las fuerzas malignas.
Llegamos
a la fuente de Castalia. En su tiempo se decía que sus vapores provocaban
alucinaciones al oráculo, quien entonces hablaba para predecir el futuro. Hoy
en día diríamos simplemente que estaba drogado. Ahora, los visitantes beben sus
aguas cristalinas de manera ritual porque una leyenda les adjudica propiedades
que alargan la existencia y cura los males del cuerpo. Por aquí tocó su lira
Apolo y cantaron las musas.
En
el museo la gente se agolpa alrededor del Auriga de Delfos. No se pueden hacer
fotografía por eso los cuidadores están muy atentos; no obstante, los turistas
se las ingenian para burlar la
vigilancia.
Alrededor
del museo viven muchos gatos. Son mansos y se acercan a los visitantes. Vienen
por alimentos y caricias.
Al
salir, el guía señala hacia un punto de
la montaña: es la
roca Hiampa, desde donde fue lanzado
Esopo, como castigo por sus sarcasmos hacia los habitantes de Delfos.
-Tal
vez no creyó y se burló del oráculo, dice Oscar.
IX
El
Parnaso se cubre de neblina. Hace frío. El paisaje de montañas se desvanece a
ratos. Una lluvia menuda aparece en algunos trayectos. Llegamos a Arájova, una
pequeña ciudad a unos mil metros de altura. Como en todos estos pueblos las calles son orográficamente empinadas. En la entrada hay un gran centro
artesanal, al frente del cual está una plazoleta con un busto de George
Papanicolau, quien hizo un aporte fundamental en el campo de la medicina
preventiva al proponer la famosa citología que lleva su nombre y que sirve para
detectar en un porcentaje muy elevado el cáncer de cuello uterino con la
ventaja de poder aplicar las medidas curativas a tiempo El método ha servido para salvar la vida de millones de
mujeres.
Cruzamos
Zemeno , luego las sierras de Tesalia,
en uno de cuyos montes vivía el centauro Quirón , tutor de Asclepio, a quien
enseñó los secretos de la medicina. Quirón era muy hábil con las manos por lo
que su nombre derivó en cirujano como término médico.
El
Parnaso permanece esondido entre las nubes, la lluvia continúa y soplan vientos
muy fuertes. Los árboles se bambolean y parecen resistirse a caerse del lado
hacia el cual los impulsa el vendaval. No son las cuatro de la tarde cuando la
lluvia cesa para dar paso a una oscuridad casi total.
Vamos
hacia el sudeste del monte Parnaso, donde se ubicaba Queronea, escenario de
afamadas batallas y patria de Plutarco.
La
lluvia empieza nuevamente cuando llegamos al sitio donde se realizaron las
acciones de las Termópilas (480 a.de C.) en la cual se enfrentaron los
griegos (Leónidas) y los persas (Jerjes). La derrota de los griegos los
convenció del peligro que representaban los persas para su democracia. Se
prepararon y triunfaron luego en Salamina (480 a. de C.) y en Platea (479 a. de
C). Occidente triunfó sobre Oriente. La democracia triunfó sobre el régimen de
los sátrapas.
Bajo la incesante lluvia no queremos dejar de
ver muy cerca el monumento de bronce dedicado a Leónidas, en cuya parte
inferior esta la leyenda con la famosa respuesta que dio el rey espartano al jefe persa, cuando lo
conminó a rendirse y entregar sus armas: ¡ Ven y tómalas¡
Escampa y aparece un sol radiante. Sobre el
cielo claro se estampa un arcoíris grande, cuyo significado mitológico anuncia
el pacto de los humanos y los dioses y el fin de la tormenta.
La claridad momentánea permite ver la planicie
de Tesalia, que a veces se parece a la llanura venezolana, morada de los
centauros, patria de Jasón ; de Helén,
héroe epónimo de los helenos; residencia de Esculapio y sus asclepiones,
ancestros de los hospitales modernos; y último lar de Hipócrates.
El
Olimpo muestra tímidamente sus picos entre vapores nebulosos. Oscar
clama porque Zeus emplee su rayo para que podamos contemplar en aposento del
padre de los dioses en toda su majestuosidad. Al cabo de un largo rato el
milagro no llega, pero sí las montañas del Pindo, y más tarde Kalambaka, la
ciudad cercana a los monasterios del cielo.
X
En
la entrada del hotel Orfeas hay un pino grande y muchos olivos en sus
alrededores. Anochece y, entre los diferentes árboles, gorriones bulliciosos
saltan de un lado a otro en busca de refugio.
De
Kalambaka nos trasladamos Meteora y Kastraki. Estas pequeñas ciudades se ubican
en la llanura de Tesalia, interrumpida en alguno de sus trayectos por enormes peñascos,
sobre los cuales fueron construidos hace
casi mil años los monasterios.
Los
peñones de Meteora son un espectáculo de una belleza espiritualmente acogedora,
por lo que no es casualidad su elección como sitio para el retiro, la
meditación y la oración.
Por
senderos empedrados llegamos hasta los monasterios. Desde arriba se contemplan
otras elevaciones pétreas, silenciosas, múltiples y solitarias. Al fondo, la
llanura se percibe quieta y aterciopelada.
Los
monjes caminan callados hacia los
templos. Hay servicio con participación de popes ruso. Algunos murmuran sus
oraciones, rosario en mano, en un rincón oscuro. Las monjas, sin inmutarse por
nuestra presencia, trazan con sus pinceles letras y dibujos para el recuerdo
sobre piedras planas de diferentes tamaños. Las paredes están adornadas con muchos retablos con motivos bíblicos en el
peculiar estilo artístico del
cristianismo ortodoxo. La llama de los cirios proyecta matices dorados sobre
las imágenes sagradas .Una de las bibliotecas tiene libros manuscritos enormes
con motivos del Evangelio y pergaminos amarillentos.
Un
barril gigantesco ocupa casi todo el espacio de una sala. Sirve para el
almacenamiento de agua; no obstante en otras épocas seguramente cumplía otra
función por cuanto una leyenda en su base dice: El vino alegra el corazón del
hombre.
A
los monasterios se subía a través de canastillas tiradas de un grueso cordel.
Ahora ese sistema se emplea sólo para el abastecimiento de alimentos.
Algunos
ambientes de los monasterios están unidos a través de puentes, entre los cuales
hay jardines bien cuidados con bancos para el reposo y la contemplación del
vacío profundo y trepidante; las moles de piedra y sus conventos; y, la
cercanía del cielo despejado que seguramente motivó a los primeros monjes en su
búsqueda de Dios.
-Tal
vez- dice la doctora- los frailes idearon la construcción de sus monasterios un
poco más abajo de las nubes por las
mismas razones que se construyó la torre de Babel.
El
comerciante argentino responde que los constructores de Babel quisieron saber
más que Dios, incluso pudiera interpretarse su acción como un intento de hacer
ciencia. En cambio los monjes ortodoxos buscaron la proximidad de Dios.
La
conversación da un giro y se cae en el tema de Nikos Kazantzakis y sus tormentosas relaciones con
la iglesia ortodoxa.
Bueno-
interviene Dionisio- aunque indagó de todas las maneras sobre Dios, seguramente
llegó al agnosticismo. De otra manera no se entendería su epitafio: “Nada
espero, nada temo, soy libre”.
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