MEDICRÓNICAS

MEDICRÓNICAS

sábado, 22 de abril de 2017

MEMORIAS DE GRECIA (VERSIÓN COMPLETA)

MEMORIAS DE GRECIA (VERSIÓN COMPLETA)

I

   Por casualidad entramos a la casa de Schliemann donde funciona el Museo de Numismática. Caminábamos por el centro de Atenas una tarde calurosa de septiembre. Casi todos los locales comerciales estaban cerrados por la crisis económica del país. Algún mendigo se aparecía de cuando en vez. Uno lo hizo en dos ocasiones en calles distintas con su mano extendida y rostro fantasmagóricamente lastimero.
En nuestro paseo habíamos dejado atrás la Biblioteca, la Universidad y la Academia custodiado por Sócrates y Platón. Uno observa sus estatuas e inmediatamente piensa en los Diálogos.
Un café al aire libre es la entrada de la mansión del descubridor de Troya y de Micenas, cuya biografía refleja la importancia de los cuentos  en la infancia. Los relatos que le hizo su padre sobre la Ilíada lo hicieron soñar y  trazar planes. Su vida es un tratado abierto de autoestima , el cual resumen sus palabras: “La dificultades que encuentro a mi paso, lejos de hacerme renunciar, me dan ánimos para perseverar en la meta que me he marcado, no escatimaré ni tiempo ni esfuerzo, ni dinero para hacerla realidad”.
En realidad nada lo detuvo cuando se propuso demostrar que las narraciones de la Ilíada tenían sus fundamentos históricos. Esa meta final requería alcanzar metas intermedias  para obtener  dinero y conocimiento.  En su juventud emprendió un viaje a Venezuela en busca de trabajo y la embarcación naufragó en las costas de Holanda, fingió estar enfermo para buscar ayuda y seguir adelante. En las excavaciones que llevaron a descubrir  Troya, sus hombres fueron diezmados por la malaria. Los gobiernos de los territorios donde operaba le pusieron trabas. Pero sus principales enemigos fueron los críticos de sus métodos de investigación, situación que plantea un dilema hasta la actualidad: ¿Cómo se llega  a verdad?
Schliemann demostró que cada quien tienen su manera de hacer ciencia, ya que al fin y al cabo todos los caminos llevan a Troya.
La gente conversa en voz baja al filo de las  penumbras. Algunos fuman. Un hombre gordo y de bigotes hace anotaciones en su agenda, en cuya portada dorada hay un rostro que puedo asegurar es el de un filósofo pero no preciso exactamente quién es. Oigo que mencionan el nombre de Wirchow.
   Estaba pensando en organizar mi colección de monedas y estampillas mientras hojeaba el catálogo del museo. Soñaba con hacer unos anaqueles para mis ejemplares más apreciados como un fuerte de plata del siglo XIX que me regaló mi padre; pero inmediatamente me frustraba en mis divagaciones porque estoy convencido de que un museo personal no tiene sentido. Al menos que entre en los desvaríos de aquella reina (olvido su nombre  en estos momentos), y cuya obsesión era la construcción de un museo a puertas cerradas para ser visitado sólo por ella y los ratones.
Nos sentamos y se acercan unos argentinos .Mientras Natalia toma su café y fuma, aprovechando que Atenas es también territorio libre del humo del cigarrillo, liberación que nadie toma en serio; salto de mis monedas a Rudolf  Wirchow, llamado por algunos el Hipócrates del siglo XX. La argentina es médico; mientras  que el hombre, un gordo que casi no se le entiende cuando habla y viste camisas playeras, es un comerciante trotamundos.
 Hago un comentario sobre Wirchow, quien aconsejó la intervención quirúrgica a Schliemann para tratar su enfermedad del oído, la cual finalmente causó su muerte; recuerdo también que fue el único alemán que creyó en sus investigaciones, porque Wirchow , el primero en hablar de  la teoría celular, las trombosis y las leucemias, también se dedicaba a la arqueología.
La doctora dice que todo el mundo habla de  inflamación,  pero nadie sabe exactamente lo que es. Fue Celso, el enciclopedista romano quien afirmó que la inflamación es cuando un órgano duele, está hinchado, rojo y caliente. Claro, Celso lo dijo con elegancia: dolor, tumor, rubor y calor. La doctora quiso agregar algo más cuando el comerciante la interrumpió:
¿Qué tiene que ver ese señor romano con lo que están hablando?
Bueno, para allá voy, esa definición sobre inflamación sólo fue complementada por Wirchow  cuando dijo que faltaba un síntoma: la alteración de la función. Te pongo un ejemplo: una doñita viene a mi consulta. Se queja del dolor en una rodilla hinchada, la cual además está roja y caliente; pero la anciana entró cojeando y a eso se refería Wirchow con su quinto signo.
La conversación  me parece una clase aburrida  de fisiología patológica, por eso trato de darle un giro:
-Wirchow era hombre de buen humor. Cuando su adversario político, el Canciller de Hierro Bismarck , lo retó a duelo y le sugirió  escoger las armas de su preferencia, el médico afamado que ya era Wirchow se inclinó por el bisturí. Además, decía que todas las enfermedades provienen de los malos momentos, excepto la sífilis…
La doctora retoma el tema de Celso y dice que su prestigio  por sus escritos de grácil estilo  llegaron a tal magnitud que muchos médicos quisieron imitarlo y citó el caso   Felipe Teofrastus Bombast  von Hohenheim, el famoso médico suizo que se cambió el nombre por el de Paracelso para igualarse al romano.
Interviene el comerciante con su hablar confuso y dice que recuerda haber leído un cuento de Borges, La rosa de Paracelso, del que sacó la conclusión que el tal médico además era mago.
Nos marchamos  al Titania, nuestro hotel. Algunas ciudades tienen un color predominante. Florencia es amarilla. Atenas es blanca, de mármoles blancos.
Subimos al Jardín de los Olivos, la terraza del Titania.  La oscuridad es tanta que el mesonero muestra el menú con linterna y lupa.
Bebemos vino tinto  a la luz de las velas. La gente conversa en voz baja y escucha el Adagio in sol minor de Albinoni. A lo lejos, la Acrópolis iluminada, brillante, bajo una luna grande. Pienso que por allí anduvo Sócrates exponiendo su filosofía, en el ágora, cerca de la stoa de Zeus Eleuterio.
Antes de dormir leo unos versos de Arquíloco, escritos hace más de dos mil quinientos años:
Me gano el pan
con la lanza y el vino de Tracia:
cuando bebo,
me apoyo en la lanza.

Me echo un trago y me apoyo en mi almohada.

II

 Oscar, un ecuatoriano que vive en España, habla hasta por los codos de sus aventuras, las cuales con sonrisa de satisfacción celebra su esposa española: viajó de Ecuador a  Barbados de polizón. Conoció a un suizo que cargaba un ajedrez. Jugaron y apostaron cien dólares. Ganó la partida y el europeo contento por tener con quien compartir lo invitó a unos tragos, luego de los cuales le regaló un dinero, superior al del envite. Ya en España, como en un cuento de hadas,  de los trabajos más miserables fue ascendiendo hasta llegar un modesto cargo de una empresa, la cual no precisa (y a nadie le interesa ese dato, por lo visto), pero que le permite vivir sin mayores dolores de cabeza. Se disponía  a dar una clase sobre el origen del hombre, según una enciclopedia francesa, cuando divisamos una estatua de Byron. Entonces decidió cambiar el discurso:
-¡Oh, el poeta inglés que luchó por la independencia de Grecia! Casi llega a ser comandante pero lo sorprendió la muerte. Es mi héroe porque decía que el hombre rebelde debe contemplar los más variados paisajes para reconfortar su espíritu y entender mejor el sentido de la vida. Es decir, debe moverse por todo el mundo.
             El trotamundos argentino dice no saber si es cierto lo comentado por         Oscar sobre Byron, pero comparte esa visión romántica, y agrega que la rebeldía de Byron no era más que  resentimiento social porque era cojo, y todos los rencos son inconformes y hasta malos, a veces.
 La doctora tercia en la conversación:
-No quiero entrar en las teorías de Freud porque no es mi fuerte. En cambio puedo decir que Byron  pensaba constantemente en la muerte y en  lo terrorífico de la vida. Fue el precisamente  quien sugirió  a Mary Shelley la idea para que escribiera lo que resultó su novela Frankenstein. Byron era enfermizo, por eso siempre lo acompañaba Polidori, su médico personal. Murió de epilepsia o de malaria. No se sabe exactamente.
Yo expongo que la causa directa de su muerte fue el shock hipovolémico por las sangrías, el método curativo preferido de la época .Le sacaron más de dos litros de  sangre. Recordé que mi abuela  Matilde solía contar que dos de sus hijos murieron   desangrándose en unas poncheras, con las venas cortadas, por prescripción médica.
Paramos la tertulia para caminar por los alrededores del Templo de Zeus Olympios . Es un día claro, soleado. Las ruinas del templo están en medio de un territorio amplio y limpio. Los vendedores de recuerdos se agolpan a nuestro alrededor para ofrecer sus mercancías. Nosotros seguimos hacia la Puerta de Adriano o mejor dicho: el arco que queda de ella.


III

Subimos hacia la Acrópolis con sumo cuidado porque el suelo en algunos  tramos puede resultar resbaladizo. Inmediatamente, Oscar  empieza hablar de las columnas griegas y sus diferencias. Dóricas, las más  simples;  jónicas, un poquito más acabadas con unos cachos enrollados  arriba; y por último, las corintias, fáciles de identificar porque arriba tienen una flor.
 Dionisio, nuestro guía griego, lo corrige: hay que observar los capiteles o extremo superior de las columnas. En efecto, el  orden dórico es el más antiguo y sencillo, está en los templos dedicados  a un dios  y no tiene base.         Obsérvenlo en la parte externa del Partenón, mientras que adentro está   el  jónico, en cuyo capitel están dos volutas y , no cachitos, y está dedicado a una diosa .Por último, el corintio que tiene un capitel formado por hojas de acanto . Luego Dionisio bromea:
 Dicen que a Calímaco, el escultor que inventó el orden corintio, se le ocurrió este remate de las columnas cuando vio sobre una tumba las hojas de acanto. Otros afirman que se prendió el bombillo cuando una joven colocó flores sobre una canastilla. Pero bien  pudiera  ser que la idea le vino cuando preparaba un té con las hojas de acanto para curarse una diarrea, porque la planta es medicinal.
La gente, proveniente de todos los confines del mundo, pasea por los escombros de mármol  y entre los restos de columnas. Algunos con curiosidad frívola; otros con aparente devoción; pero todos con admiración.  Hay jóvenes enérgicos que corren, saltan y toman fotos hasta a las piedras. También  hay ancianos con muletas, bastones y en sillas de rueda. Están cumpliendo un viejo sueño que razones materiales no le permitieron realizar en  su juventud. Ahora, hay dinero, pero la salud es tambaleante. No obstante, la voluntad se impone cuando se ama el arte y no se quiere morir sin antes contemplar las maravillas de la Antigüedad. Bueno, pero las razones reales pueden ser de las más variadas e inesperadas y tal vez estén cumpliendo una promesa como lo hacen los cristianos que se imponen cilicios o autoflagelaciones para fortalecer el espíritu. San Pablo predicó por estos sitios y por eso los griegos son muy creyentes y se persignan a la manera ortodoxa cada vez que ven una iglesia. Lo hacen con fervor y muy lentamente. Una vez noté que un chófer  se persignaba con tal devoción y entrega que temí perdiera el control del bus.


       Dionisio señala hacia un punto y dice: hacia allá están las ruinas del teatro mío, bueno, corrijo, el gran Teatro de Dionisio, el más viejo del mundo. Allí presentaron sus obras Esquilo, Sófocles y Eurípides. El teatro griego reflejaba la inevitabilidad y dureza del destino. La propia vida de los dramaturgos estaba signada por el destino: a Esquilo  el oráculo le dijo que moriría aplastado por una casa. Esquilo fue muy precavido y tomó las medidas para salvarse. Se fue a vivir al aire libre, pero igual murió cuando le cayó una tortuga en la cabeza lanzada por un buitre.
 Bajamos. Nos hacen una demostración con una copa de Pitágoras: tiene un tope  que si se sobrepasa el vino se derrama todo. Las interpretaciones sobran: beber moderadamente; la avaricia rompe el saco; rígete en tu vida con una regla de oro; no abuses en tus placeres; lo bueno cuando es mucho es malo, mientras que lo malo es bueno si es poco. Esta última frase para recordar a Don Quijote.
 Entramos al Museo de la Acrópolis con suelos de vidrio. Al principio caminamos  con mucha prudencia como temiendo una fragilidad de los pisos,  a través de cuyas transparencias se observa el  fondo  muy lejano con las excavaciones arqueológicas. En las salas están las vitrinas donde se exponen hallazgos de la ciudad antigua; abajo, vidrio mediante, están los restos de la propia ciudad con sus calles y casas, algunas de las cuales datan de varios siglos antes de Cristo.
 La sala dedicada al Asclepión  tiene estatuillas del dios de la Medicina, instrumentos quirúrgicos, ventosas y representaciones de partes del cuerpo humano en calidad de exvotos. Estos últimos son en nuestros días los recuerdos que deja la gente en las capillas de carreteras dedicadas a las ánimas, llenas de velas encendidas, imágenes y placas que recubren las paredes hasta más no caber.
  En algún lado Asclepio está junto a su familia y con personas que recuperaron su salud, supuestamente con su poder curativo. Pero también hay casos no necesariamente relacionados con un enfermo, como un cochero que le agradece a Asclepio haber salido ileso cuando su carreta se volcó.

     La calle de Dionisio es un largo paseo con una vista de olivos y cipreses del lado de las ruinas; del otro, edificios de mármoles blancos. Los artistas trabajan al aire libre  y venden sus obras.  Una vietnamita hace iconos  ortodoxos. Jorge, un pintor polaco, que fue marinero y estuvo varias veces en Venezuela, pinta un Partenón y se lo compramos. Un hombre toca el buzuki y le pido que saque el tema de Zorba, y lo hace muy bien por algunos euros.
Nos acercamos a Plaka, el barrio más antiguo de Atenas. En la calle Monastiraki , la principal y más concurrida, cuando apenas entramos vemos a un hombre dormido con sus manos sobre una mesa improvisada. Un gato negro duerme plácidamente frente a su cara. Natalia dice que en Moscú también se ven estos personajes que piden ayuda para alimentar a sus  animales.
  Decidimos sentarnos en una “taverna”, un restaurant griego típico. Nos ubicamos al aire libre. Pedimos musaka, una especie de berenjenas rellenas con carne de cordero; y ensalada griega: trozos grandes de tomate manzano, cebolla morada, pimentón, pepino y un pedazo de feta, queso griego blanco hecho con leche de oveja. Todo, por supuesto con mucha aceite de oliva. Para beber nos traen ouzo, el cual no nos agrada por su sabor dulzón anisado; preferimos el vino blanco para brindar. Entre las mesas deambulan cantores con sus instrumentos; y, ya con varias copas de vino en el buche, uno quisiera creer que son rapsodas recitando poemas homéricos. Aunque es razonable pensar que es parte de la misma  tradición griega que produjo las obras inmortales, fundamento de la literatura occidental.
Los comensales tienen un método  fácil para diferenciar a un aedo   genuino de un aventurero que milita en  un oficio que desconoce, obligado por la crisis económica: le solicitan Zorba. Un hombre se acerca  y rasguña desentonadamente su instrumento y se aleja rápidamente cuando se le pide la pieza inmortalizada en el cine. Luego viene una joven, un  niño,  una niña. Todos tienen en común un mismo rostro. Son gitanos rumanos, comentan.
Vendedores de toda calaña hacen cola para ofrecer sus mercancías. Decidimos, entonces, hacernos de la vista gorda ante tantas propuestas artísticas y comerciales. Por eso cuando nos abordó un joven vendiendo flores  ni nos inmutamos. Entonces, el florista ambulante le obsequió  teatral y galantemente una rosa Natalia y se alejó inmediatamente. Lo llamé para agradecerle y pagarle. Sonrió y se explayó en alabanzas y agradecimientos. Por lo visto el truco de poner a prueba sutilmente la caballerosidad de los otros le ha rendido frutos en anteriores  ocasiones .Su actuación es un guión ensayado.

    Entramos a una tienda y tratamos de conversar con la dueña en spanglish. Pero notamos el acento eslavo y entonces  hablamos en ruso. Aquí hay muchos rusos y es usual encontrárselos en cualquier calle. Los griegos los consideran sus hermanos por el lazo cristiano ortodoxo que los une y por la solidaridad siberiana manifestada en tiempos difíciles de guerras e invasiones. Mientras  miramos los dulces y licores alguien trata de robarse una bagatela de los estantes: era la misma joven gitana  que en cuestión de minutos había abandonado el pentagrama para dedicarse a otro oficio.
 Cruzamos   a través  los vericuetos de las calles bizantinas para tomar un taxi que nos lleva al hotel.
 En el cuarto hay dos pinturas: una con un ramo de flores; otra, con varias frutas: uvas, peras y manzanas.
 Para complementar el ambiente de naturaleza muerta que nos rodea descorchamos una botella de vino tinto de Creta, recomendado por la rusa de la bodega de Plaka.
 Después de unas cuantas copas y de un vistazo sin mayores propósitos del cuadro, se asoma la silueta surrealista de un hombre acostado: las uvas son el cabello, dos uvas más son los ojos, una pera  con tallos de uvas hacen la nariz,  dos manzanas forman  las mejillas, y una pera es la  barbilla.


IV
 La mañana es oscura y tibia. La quietud matutina sólo es interrumpida tímidamente con una bandada silenciosa de palomas que cruza el cielo ateniense. Es muy temprano aún; sin embargo, ya la gente empieza  a desplazarse por las calles.
Llegamos hasta el puerto de Trokadero, donde nos espera una ceremonia antigua, reservada ahora sólo para turistas: nos recibe un grupo de personas en trajes griegos típicos y nos dan la bienvenida con trompetas e instrumentos parecidos al saxofón.
 Abordamos el barco Platitera Urano con varias salas, tiendas y cafetines. En tres horas de viajes tenemos la paz del Egeo a nuestros pies y una cadena de pequeñas montañas que a veces parecen estar muy cerca como si nuestra navegación fuese de cabotaje.

Entramos al golfo Sarónico y bajamos en la isla de Hidra con calles de piedra, laberínticas y como buscando el cielo. En otros tiempos aquí se hacían barcos de guerra. No hay carros, pero si muchos comercios y puntos de comida.
 En los puestos de revistas se exhiben los rostros de Sócrates . Platón, Aristóteles y otros filósofos plasmados en libros, cuadernos y agendas.
 En el barco nos espera el almuerzo y música en vivo. Alguien del grupo está cumpliendo años y se lo celebran con cantos en griego y un brindis con vino de Creta.
 En poco tiempo llegamos a Poros, una isla volcánica, con muchas montañas y pinos. La tarde es fresca con una claridad que parece mañanera. Desde los balcones (da la impresión de que todas las casas los tienen) nos saludan. A lo lejos se divisa una región boscosa, donde  se ubicaba un templo dedicado a Poseidón.

V

 Estamos en Egina, la isla de los pistachos. Apenas bajamos del barco se nos acerca el comité de bienvenida: un montón de gatos. Los felinos son parte del paisaje de la isla y acompañan siempre a los pescadores.
Entre la multitud, al recorrer los puestos comerciales, te imaginas el mercado antiguo de Egina, donde fue vendido Platón como esclavo. Seguramente  esta vivencia traumática  resultó para el filósofo en una experiencia vital creativa porque inmediatamente, luego de su rescate, decidió abrir su escuela en el Gimnasio de la Academia de Atenas. Sublimación de una tragedia personal, diría Freud.
Aquí lloró de nostalgia Demóstenes cuando fue expulsado de Atenas por razones políticas.
 En esta isla nació uno de los médicos bizantinos  más importantes : Pablo de Egina. Estudió y trabajó en Alejandría.  Fue cirujano y obstetra.  Fue médico práctico, alejado de la medicina religiosa.  Escribió “De la Medicina”, donde habla sobre higiene, dietética, cirugía, patología general, enfermedades del cerebro, oídos, ojos, nariz y boca.  Estudió también la lepra.  Hizo referencias sobre Hipócrates .  Del estudio de la medicina dijo: “Es tan difícil, por no decir imposible, recordar todos los conocimientos médicos y sus particularidades”.

 Caminamos entre calles estrechas  y empedradas con innumerables  negocios, bares y ventas de pistachos, los cuales  en cada lugar te ofrecen  para probar. Algunos se quejan de la mala cosecha de este año; pero rápidamente empiezan a alabar la calidad de sus frutos y con detalles explican las diferencias y propiedades de las variedades que ofrecen.
   De las casas con porches adornados con parrales emanan fragancias culinarias, nunca antes percibidas por nosotros, que provocan el apetito.
Mientras nos acercamos a una plazoleta con pinos, un carruaje tirado por caballos con paso lento y acompasado  cruza la calle. En esta plazoleta Natalia y yo  escuchamos el canto de las chicharras.
El repique de unas campanas nos lleva hasta una pequeña iglesia ortodoxa. Una viejita camina por el estrecho recinto y  limpia con devoción los iconos. Le preguntamos por el templo;  dice que  se llama Madre de Dios y nos obsequia unos folletos en griego.
Nos sentamos. Las luces de unas velas muy delgadas apenas contrarrestan la obscuridad del santuario silencioso y aromatizado con incienso.
Regresamos a la vida mundana. En el barco ya están los artistas para interpretar cantos  y danzas folclóricas griegas.
La gente pide el tema de la película Zorba. Tal parece que hasta allí llega nuestro conocimiento sobre la rica  cultura musical griega

VI

Por televisión pasan un programa especial dedicado a Domenikos Theotokopoulos, El Greco. Hablan de sus periodos y estancias desde Creta, Venecia, Roma hasta Toledo.
Vamos hacia Corinto. Montañas grandes y pequeñas  se muestran en un día claro y soleado. Algunos afirman que el esplendor y belleza del paisaje griego propició el pensamiento filosófico.

 Ante nuestros ojos la Vía Sagrada que llevaba a los creyentes en procesión a cumplir con los ritos de los Misterios eleusinos dedicados a  Deméter y Perséfone que se celebraban en Eleusis, mito que explica el origen de las estaciones. La experiencia mística de los iniciáticos con  visiones que llegaban hasta el Más allá, supuestamente producto del fervor religioso, algunos se la adjudican a los efectos psicodélicos   de una  bebida que tomaban, llamada ciceón, de cebada y centeno, en la que crecían   hongos alucinógenos.
A mi izquierda el Mar Egeo; muy lejos la isla de Salamina, símbolo vivo de la cultura occidental por el  hito histórico que marcó la batalla naval del 48 a de C;  a la derecha ruinas de un templo dedicado a Afrodita.
El famoso canal de Corinto, visto desde el puente, semeja una zanja muy grande con una simplicidad que desencanta. ¡Cuidado¡ -  grita alguien-, que mientras contemplas distraído el canal pasan corriendo los carteristas . Y uno piensa que en todas partes cuecen habas.
Según la mitología en Corinto se construyó el Argos, nave de Jasón y su tripulación de argonautas que partieron en busca del vellocino de oro.


Por allí el templo de Pablo, el verdadero difusor del cristianismo. No muy lejos están las ruinas del templo construidos por el propio Hércules, en Nemea , donde mató al famoso león como parte de sus trabajos, según la mitología.
Degustamos  el vino dulce de Nemea para celebrar nuestro encuentro con las tierras de Hércules…
Antes de llegar  a Micenas avistamos las montañas de Arcadia, donde se ubica el Monte Taigeto , de cuyas cimas los espartanos lanzaban a los niños nacidos defectuosos para controlar la pureza de su raza, una de las más primitivas manifestaciones de la eugenesia. La rudeza espartana exigida para preparase para la guerra, estaba, por supuesto, muy distante del concepto actual de “niños especiales”.
Por estos parajes moraba el semidios Pan, responsable de las brisas del amanecer y del atardecer, también de la siesta.  Era cazador, curandero y músico. Las ovejas corrían asustadas ante su presencia, de allí el  significado de pánico.

Los bloques de los muros  de la Puerta de lo los leones de Micenas son gigantescos: uno se coloca frente a ellos y sobrepasan la estatura media  de una persona.  Los griegos antiguos no creían que estas construcciones se debían a mano de obra humana y le adjudicaron esa labor a los Cíclopes, gigantes con un solo ojo y fuerza descomunal. Estamos en  el  reino de Agamenón.
Dionisio dice con sorna: la G            uerra de Troya, según Homero, es la expedición de castigo por parte de los aqueos,  para vengar  el rapto  de Helena de Esparta por el príncipe Paris de Troya. Sin embargo, la realidad es otra: la guerra fue como siempre por motivos económicos. La Ilíada era la telenovela de aquella época…
Entramos a la tumba de Agamenón, semejante a una cueva de ladrillos con un techo muy alto de forma cónica. Después de caminar bajo un sol inclemente el recinto funerario nos parece muy fresco, un verdadero   oasis para el descanso y llevar el pensamiento a tiempos legendarios…
Interviene Oscar : Agamenón fue asesinado por su esposa, Clitemnestra. La hija de ambos, Electra, dio muerte as u propia madre para vengar a su padre.  De allí los psicoanalistas definieron el Complejo de Electra o atracción afectiva de las niñas por el padre, entre los tres y cinco años de edad, como parte de su desarrollo normal, en contraposición del Complejo de Edipo.
 Al salir de las ruinas del Palacio de Micenas contemplamos nuevamente las montañas de Arcadia con curiosidad y fruición  infantiles para comprobar una creencia popular muy antigua de la región, según la cual en una de las cimas de la serranía está el cadáver de Agamenón. Agudizando la vista y la imaginación se logra ver el perfil de un rostro durmiente en posición  horizontal. La frente, la nariz y la barbilla son los rasgos más sobresalientes.
La médico  argentina habla de  Árgos, la ciudad hermana de Micenas en la Guerra de Troya:
-De esa población son los gemelos  Cléobis y Bitón, cargaron como bueyes el carro de su madre  Cidipe, sacerdotisa de Hera. Iban a un festival religioso. Cidipe pidió a Hera el mejor obsequio para sus hijos. La diosa les dio la muerte como mejor regalo para un mortal. En cierto modo- continúa la galeno- esa tesis la resume Sócrates cuando  se le condena y se siente feliz  de morir para liberar el alma del cuerpo y reencontrarse en el Más allá con muchos personas buenas y sabias.

Nos dirigimos  a Epidauro , pero antes nos detenemos para almorzar en un restaurant  en el pueblo de Ligurio. El bar  al aire libre está defendido de los rayos solares por una red tupida de plantas de uvas. Una fuente en el medio del produce ruido de cascada en cuyas aguas nadan peces multicolores. Nos sirven souvlaki con papas y ensalada griega.
Llegamos al teatro de Epidauro en medio del bosque. Para comprobar su acústica la gente canta y aplaude desde el centro, entonces el sonido se desplaza nítido hacia todos los lados de las gradas.
Luego vamos al museo de Asclepio, el dios de la medicina, quien aparece como guerrero y médico en la Iliada. Probablemente vivió hace más de mil años antes de Cristo . Una leyenda dice que Asclepio es hijo de Apolo en Coronis. Coronis estando embarazada cometió adulterio con Isquis. Apolo castigó con la muerte a ambos adúlteros, pero primero extrajo por cesárea a su hijo Asclepio y se lo entregó al Centauro Quirón para que lo educara. Quirón  le enseño el arte de la medicina.
Otra leyenda explica que Coronis dió a luz a Asclepio y lo dejó en el monte Titeión. Lo amamantó una cebra y lo cuidó un perro. El pastor Arestanos encontró al niño, quien poseía una iluminación sagrada. Asclepio devolvía la vida a los muertos. Hades protestó ante Zeus temeroso que el más allá quedara despoblado. Zeus lo mató con un rayo. El castigo era consecuencia de su transgresión.  No le era  permitido actuar contra la naturaleza. Asclepio resucitó para convertirse en Dios de la medicina, cuyo culto se le rendía en los asclepiones. Estos templos son los antecedentes históricos de los hospitales y de los balnearios.
El asclepión era visitado por los enfermos provenientes de todos los confines de Grecia. El paciente dormía en el Ábaton y el dios lo visitaba en sueños para curarlo .La ceremonia empezaba al anochecer con ritos especiales. Se ayunaba y luego se tomaba un baño religioso. Después el enfermo se vestía con una túnica blanca. Ofrendaba a Asclepio con un regalo: comida o un animal como el gallo, cuyo canto ahuyentaba los malos espíritus. El sueño podía ser inducido por drogas. El sacerdote se vestía como Asclepio y visitaba a los enfermos. Curaba y daba consejos. El enfermo al curarse pagaba con exvotos que representaban la parte del cuerpo curada: orejas, brazos, vaginas, úteros,  pechos, etc. También daba limosnas.


  A las cinco de la tarde el sol es fuerte; sin embargo, hay una luna grande transparente sobre un bosque  de olivos. En casas aisladas con sus huertos se observan   tablas solares; y en los espacios abiertos las aspas de los molinos laboran armoniosamente bajo la égida de Eolo.
Vamos hacia el noreste, dice Dionisio- vean hacia allá, el Mar Jónico. Pasamos el río Alfeo. En la mitología Alfeo era un cazador que se transformó en río del Peleponeso  para seguir a su amada Aretusa, quien queriendo ser virgen siempre se había convertido en fuente.
El guía habla de las costumbres del Peleponeso de no muy lejana data sobre experiencias familiares. Los matrimonios por robo eran comunes. Su propio abuelo raptó a la abuela. Tuvieron muchos hijos, pero luego el abuelo abandonó su prole y se fue a África. Regresó luego de muchos años. Estaba arrepentido pero los hijos nunca lo perdonaron.
Una vez-sigue Dionisio-visité en Esparta a una prima. En su casa su esposo no me brindó ni agua. Así son los espartanos de rudos desde tiempos remotos.
VII

       Son casi las ocho de la noche cuando llegamos a Olimpia. El Arty Grand Hotel , construido sobre la colina de la antigua ciudad está rodeado de olivos.  En el cafetín conversamos con unas hermanas canarias. No pierden una vacación sin visitar un país distinto. Citan a un viajero turco, cuyo nombre no recuerdan:  “Viajar es algo que te llena de vida. Si no lo haces no puedes resolver tus problemas, no puedes hablar…Si no sales no puedes ser exitoso en la vida”.
Dicen gustar mucho de la arepa venezolana; y explican que el carácter peculiar canario proviene de  una mezcla de tres continentes: “Tenemos la cabeza en España, el corazón en América y el cuerpo en África”. Mientras conversamos probamos la metaxa : el licor nacional griego con sabor a brandy y vino.
Natalia y yo nos sentamos en el balcón, amplio y fresco, con muchos olivos al frente y  cantos de grillos. Seguimos probando la metaxa , pero  ahora me parece  su sabor  igual al aguardiente macerado con píritu que consumíamos en Las Mercedes del Llano en tiempos del liceo.
 En la mañana por la ventana penetra un aire frió y se escuchan cantos de gallos. Toques de campanas provienen de muy lejos.
Visitamos los templos de Zeus y Hera, los restos de los talleres de Fidias y Praxíteles. En el Estadio  es costumbre correr y posar donde se encendía y aún se  enciende el fuego olímpico como un ritual para rendir tributo a la grandeza cultural deportiva de la Antigüedad.
 En el Museo de Olimpia llama la atención de todos los visitantes  el Hermes con Dionisio. En la mitología Zeus se enamoró de Sémela, joven muy hermosa, hija de Cadmo rey de Tebas. Quedó embarazada pero Hera, esposa de Zeus estaba furiosa de los celos y prendió fuego al palacio de Sémela, quien murió carbonizada. Zeus rescató el feto (Dionisio) y se lo implantó en su muslo .Llegado el día de nacimiento, Zeus rompió los puntos y saco a Dionisio, a quien Hermes ayudó luego a escapar de la ira de Hera.
El mito de Dionisio pudiera ser una reminiscencia del embarazo ectópico y un remoto antecedente del embarazo masculino. Con razón decía Engels que cualquier idea nueva no era más que una idea muy vieja y  olvidada que una vez estuvo en la mente de los antiguos griegos.

Nos detenemos ante una curiosidad que al principio pensé se relacionaba con la medicina o con los estudios de anatomía, pero en realidad son   huesos de animales usados con instrumentos de trabajo en escultura.

    Partimos hacia Patras. El paisaje cinético son ahora de casas con pórticos y estatuas;  el mar Jónico ;   Ítaca,  la patria de Odiseo; Lepanto, donde Cervantes perdió la movilidad de su brazo izquierdo en  batalla que el propio   Manco ilustre calificó de memorable;  el largo puente de Rion-Antirion, y el Monte Parnaso, morada de Apolo, las Musas y los poetas.

VIII
Delfos es una ciudad pequeña con calles empedradas y muy limpias. Me detengo en un punto y miro a los lados. Entonces tengo la sensación de que algunas de estas calles son caminos largos que se alejan muy hacia arriba; mientras que otras bajan profundamente.
El hotel Hermes es pequeño con habitaciones que se encuentran subiendo y bajando escaleras. En la sala principal las paredes son de piedra, adornadas con esculturas de Hermes y Esculapio, y cuadros de iconos ortodoxos. En lugar aparte y aparentemente preferencial está una copia de La Escuela de Atenas de Rafael con dos grandes  velas encendidas a los costados. Nuestro cuarto tiene  pinturas con temas mitológicos, también  mesas y sillas desgastadas por el uso, pero este barniz de vetustez es agradable.
En el cafetín un arquitecto mejicano dice que lo más importante de su vida hasta ahora es haber corrido en el Estadio de Olimpia, y luego habla de la independencia de su país y nos obsequia unas insignias sobre la misma.
En la noche leo unos libros de mitología griega que compre en las tiendas cercanas al hotel. Sueño que recorro las calles de Delfos trazando señales con un hilo para no perderme. Teseo y Ariadna me visitaron, por lo visto.
 En la madrugada el Parnaso es un terraplén oscuro con alguna estrella sobre su lomo. Con las primeras luces del día se divisa el mar Jónico.
Subimos hasta el templo de Apolo, donde se ubicaba el Oráculo de Delfos. Empieza a llover y algunos se detienen hasta que escampe. Nosotros seguimos junto a un grupo regocijado porque  cree que es una bendición del oráculo. Por estos lares anduvo Apolo desde niño. Aquí al nacer se le separó del cordón umbilical en el Ónfalos, centro de macro y del microcosmos y que recordamos al referirnos a la inflamación del ombligo: onfalitis.  Aquí mató a Pitón, en lugar conservado hasta  nuestros días, para posesionarse y tener su propio  templo con el famoso oráculo.  Apolo tenía, entre otros muchos atributos, el poder   de la muerte súbita, de las plagas y enfermedades, pero también el  de la curación y  protección contra las fuerzas malignas.


Llegamos a la fuente de Castalia. En su tiempo se decía que sus vapores provocaban alucinaciones al oráculo, quien entonces hablaba para predecir el futuro. Hoy en día diríamos simplemente que estaba drogado. Ahora, los visitantes beben sus aguas cristalinas de manera ritual porque una leyenda les adjudica propiedades que alargan la existencia y cura los males del cuerpo. Por aquí tocó su lira Apolo y cantaron las musas.
En el museo la gente se agolpa alrededor del Auriga de Delfos. No se pueden hacer fotografía por eso los cuidadores están muy atentos; no obstante, los turistas se las  ingenian para burlar la vigilancia.
Alrededor del museo viven muchos gatos. Son mansos y se acercan a los visitantes. Vienen por alimentos y caricias.
Al salir, el guía señala hacia un punto  de la montaña: es la roca Hiampa, desde donde  fue lanzado Esopo, como castigo por sus sarcasmos hacia los habitantes de Delfos.
-Tal vez no creyó y se burló del oráculo, dice Oscar.

IX

El Parnaso se cubre de neblina. Hace frío. El paisaje de montañas se desvanece a ratos. Una lluvia menuda aparece en algunos trayectos. Llegamos a Arájova, una pequeña ciudad a unos mil metros de altura. Como en  todos estos pueblos las calles son orográficamente  empinadas. En la entrada hay un gran centro artesanal, al frente del cual está una plazoleta con un busto de George Papanicolau, quien hizo un aporte fundamental en el campo de la medicina preventiva al proponer la famosa citología que lleva su nombre y que sirve para detectar en un porcentaje muy elevado el cáncer de cuello uterino con la ventaja de poder aplicar las medidas curativas a tiempo  El método  ha servido para salvar la vida de millones de mujeres.
Cruzamos Zemeno , luego las sierras  de Tesalia, en uno de cuyos montes vivía el centauro Quirón , tutor de Asclepio, a quien enseñó los secretos de la medicina. Quirón era muy hábil con las manos por lo que su nombre derivó en cirujano como término médico.
El Parnaso permanece esondido entre las nubes, la lluvia continúa y soplan vientos muy fuertes. Los árboles se bambolean y parecen resistirse a caerse del lado hacia el cual los impulsa el vendaval. No son las cuatro de la tarde cuando la lluvia cesa para dar paso a una oscuridad casi total.
Vamos hacia el sudeste del monte Parnaso, donde se ubicaba Queronea, escenario de afamadas batallas y patria de Plutarco.
La lluvia empieza nuevamente cuando llegamos al sitio donde se realizaron las acciones de las Termópilas   (480 a.de C.) en la cual se enfrentaron los griegos (Leónidas) y los persas (Jerjes). La derrota de los griegos los convenció del peligro que representaban los persas para su democracia. Se prepararon y triunfaron luego en Salamina (480 a. de C.) y en Platea (479 a. de C). Occidente triunfó sobre Oriente. La democracia triunfó sobre el régimen de los sátrapas.
 Bajo la incesante lluvia no queremos dejar de ver muy cerca el monumento de bronce dedicado a Leónidas, en cuya parte inferior esta la leyenda con la famosa respuesta que dio el  rey espartano al jefe persa, cuando lo conminó a rendirse y entregar sus armas: ¡ Ven y tómalas¡

   Escampa y aparece un sol radiante. Sobre el cielo claro se estampa un arcoíris grande, cuyo significado mitológico anuncia el pacto de los humanos y los dioses y el fin de la tormenta.
 La claridad momentánea permite ver la   planicie de Tesalia, que a veces se parece a la llanura venezolana, morada de los centauros,  patria de Jasón ; de Helén, héroe epónimo de los helenos; residencia de Esculapio y sus asclepiones, ancestros de los hospitales modernos; y último lar de Hipócrates.
 El  Olimpo muestra tímidamente sus picos entre vapores nebulosos. Oscar clama porque Zeus emplee su rayo para que podamos contemplar en aposento del padre de los dioses en toda su majestuosidad. Al cabo de un largo rato el milagro no llega, pero sí las montañas del Pindo, y más tarde Kalambaka, la ciudad cercana a los monasterios del cielo.
X
En la entrada del hotel Orfeas hay un pino grande y muchos olivos en sus alrededores. Anochece y, entre los diferentes árboles, gorriones bulliciosos saltan de un lado a otro en busca de refugio.
De Kalambaka nos trasladamos Meteora y Kastraki. Estas pequeñas ciudades se ubican en la llanura de Tesalia, interrumpida en alguno de sus trayectos por enormes peñascos, sobre los cuales fueron  construidos hace casi mil años los monasterios.
Los peñones de Meteora son un espectáculo de una belleza espiritualmente acogedora, por lo que no es casualidad su elección como sitio para el retiro, la meditación y la oración.
Por senderos empedrados llegamos hasta los monasterios. Desde arriba se contemplan otras elevaciones pétreas, silenciosas, múltiples y solitarias. Al fondo, la llanura se percibe quieta y aterciopelada.
Los monjes caminan  callados hacia los templos. Hay servicio con participación de popes ruso. Algunos murmuran sus oraciones, rosario en mano, en un rincón oscuro. Las monjas, sin inmutarse por nuestra presencia, trazan con sus pinceles letras y dibujos para el recuerdo sobre piedras planas de diferentes tamaños. Las paredes están adornadas con  muchos retablos con motivos bíblicos en el peculiar estilo artístico  del cristianismo ortodoxo. La llama de los cirios proyecta matices dorados sobre las imágenes sagradas .Una de las bibliotecas tiene libros manuscritos enormes con motivos del Evangelio y pergaminos amarillentos.
Un barril gigantesco ocupa casi todo el espacio de una sala. Sirve para el almacenamiento de agua; no obstante en otras épocas seguramente cumplía otra función por cuanto una leyenda en su base dice: El vino alegra el corazón del hombre.
A los monasterios se subía a través de canastillas tiradas de un grueso cordel. Ahora ese sistema se emplea sólo para el abastecimiento de alimentos.
Algunos ambientes de los monasterios están unidos a través de puentes, entre los cuales hay jardines bien cuidados con bancos para el reposo y la contemplación del vacío profundo y trepidante; las moles de piedra y sus conventos; y, la cercanía del cielo despejado que seguramente motivó a los primeros monjes en su búsqueda de Dios.
-Tal vez- dice la doctora- los frailes idearon la construcción de sus monasterios un poco más abajo de las nubes  por las mismas razones que se construyó la torre de Babel.
El comerciante argentino responde que los constructores de Babel quisieron saber más que Dios, incluso pudiera interpretarse su acción como un intento de hacer ciencia. En cambio los monjes ortodoxos buscaron la  proximidad de Dios.
La conversación da un giro y se cae en el tema de Nikos  Kazantzakis y sus tormentosas relaciones con la iglesia ortodoxa.
Bueno- interviene Dionisio- aunque indagó de todas las maneras sobre Dios, seguramente llegó al agnosticismo. De otra manera no se entendería su epitafio: “Nada espero, nada temo, soy libre”.


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