XVIII (1)
Llegamos a Venecia en un barco que
abordamos en Marghera. Desde el Gran Canal se divisa la Basílica de Santa María de la Salud, con sus cúpulas y capillas, cuya construcción
recuerda la peste que azotó la ciudad en 1630. Un conde fue internado en el
Lazzaretto Vechio, un hospital para pestosos; aunque no debió salir nunca, lo
hizo y diseminó el mal por toda la ciudad. Los muertos se contaron por miles, y
los habitantes solicitaron ayuda divina,
la cual llegó, se supone. En agradecimiento se erigió el templo, en cuyo
recinto se le reza a la Virgen de la Salud. Los santos martirizados Cosme y
Damián también son parte del culto, quienes el siglo III ejercieron la medicina
entre los pobres sin cobrar. La leyenda dice que una vez sustituyeron la pierna
de un enfermo de gangrena por la de un negro que había muerto. El arte ha
reflejado esta manifestación de la
medicina mística en muchas pinturas donde se ve a un hombre blanco en su lecho
de enfermo con una pierna negra. Cosme y Damián son ahora los patrones de los
médicos, los cirujanos y los farmaceutas; además, con sus nombres se designan
algunas sociedades para trasplantes de órganos.
En una góndola nos adentramos por los canales
de la ciudad. El gondolero nos cuenta la
historia de algún monumento; sin embargo
las mujeres de la embarcación quieren
oírlo cantar como en algunas películas, pero el conductor sólo ríe
mientras pasamos por puentes y divisamos balcones sobre nuestras cabezas y
gaviotas en la lejanía. Puente Rialto, grita el gondolero-: Tiene más de mil
años; el Palacio Ducal que encierra las historias más distantes del gobierno veneciano;
el hotel donde se alojó Mozart; la última morada de Wagner; y así sigue,
citando edificios y personajes que alguna vez se hospedaron en ellos.
Al pasar
por el Puente de los Suspiros descorchamos una botella de champaña y
brindamos. Alzamos las copas por el amor, la amistad y el momento único de
respirar el aire veneciano. No obstante, este puente en realidad recuerda los
quejidos dolorosos y no los suspiros placenteros de los prisioneros condenados
a muerte que allí se encontraban recluidos.
A
propósito, cuando llegaron los camiones
de carga a Venezuela en el siglo XX sus primeros
choferes fueron italianos, quienes cariñosamente los llamaron gandolas .en
recuerdo de las famosas lanchas del mar Adriático.