MEDICRÓNICAS

MEDICRÓNICAS

sábado, 22 de abril de 2017

MEMORIAS DE GRECIA (VERSIÓN COMPLETA)

MEMORIAS DE GRECIA (VERSIÓN COMPLETA)

I

   Por casualidad entramos a la casa de Schliemann donde funciona el Museo de Numismática. Caminábamos por el centro de Atenas una tarde calurosa de septiembre. Casi todos los locales comerciales estaban cerrados por la crisis económica del país. Algún mendigo se aparecía de cuando en vez. Uno lo hizo en dos ocasiones en calles distintas con su mano extendida y rostro fantasmagóricamente lastimero.
En nuestro paseo habíamos dejado atrás la Biblioteca, la Universidad y la Academia custodiado por Sócrates y Platón. Uno observa sus estatuas e inmediatamente piensa en los Diálogos.
Un café al aire libre es la entrada de la mansión del descubridor de Troya y de Micenas, cuya biografía refleja la importancia de los cuentos  en la infancia. Los relatos que le hizo su padre sobre la Ilíada lo hicieron soñar y  trazar planes. Su vida es un tratado abierto de autoestima , el cual resumen sus palabras: “La dificultades que encuentro a mi paso, lejos de hacerme renunciar, me dan ánimos para perseverar en la meta que me he marcado, no escatimaré ni tiempo ni esfuerzo, ni dinero para hacerla realidad”.
En realidad nada lo detuvo cuando se propuso demostrar que las narraciones de la Ilíada tenían sus fundamentos históricos. Esa meta final requería alcanzar metas intermedias  para obtener  dinero y conocimiento.  En su juventud emprendió un viaje a Venezuela en busca de trabajo y la embarcación naufragó en las costas de Holanda, fingió estar enfermo para buscar ayuda y seguir adelante. En las excavaciones que llevaron a descubrir  Troya, sus hombres fueron diezmados por la malaria. Los gobiernos de los territorios donde operaba le pusieron trabas. Pero sus principales enemigos fueron los críticos de sus métodos de investigación, situación que plantea un dilema hasta la actualidad: ¿Cómo se llega  a verdad?
Schliemann demostró que cada quien tienen su manera de hacer ciencia, ya que al fin y al cabo todos los caminos llevan a Troya.
La gente conversa en voz baja al filo de las  penumbras. Algunos fuman. Un hombre gordo y de bigotes hace anotaciones en su agenda, en cuya portada dorada hay un rostro que puedo asegurar es el de un filósofo pero no preciso exactamente quién es. Oigo que mencionan el nombre de Wirchow.
   Estaba pensando en organizar mi colección de monedas y estampillas mientras hojeaba el catálogo del museo. Soñaba con hacer unos anaqueles para mis ejemplares más apreciados como un fuerte de plata del siglo XIX que me regaló mi padre; pero inmediatamente me frustraba en mis divagaciones porque estoy convencido de que un museo personal no tiene sentido. Al menos que entre en los desvaríos de aquella reina (olvido su nombre  en estos momentos), y cuya obsesión era la construcción de un museo a puertas cerradas para ser visitado sólo por ella y los ratones.
Nos sentamos y se acercan unos argentinos .Mientras Natalia toma su café y fuma, aprovechando que Atenas es también territorio libre del humo del cigarrillo, liberación que nadie toma en serio; salto de mis monedas a Rudolf  Wirchow, llamado por algunos el Hipócrates del siglo XX. La argentina es médico; mientras  que el hombre, un gordo que casi no se le entiende cuando habla y viste camisas playeras, es un comerciante trotamundos.
 Hago un comentario sobre Wirchow, quien aconsejó la intervención quirúrgica a Schliemann para tratar su enfermedad del oído, la cual finalmente causó su muerte; recuerdo también que fue el único alemán que creyó en sus investigaciones, porque Wirchow , el primero en hablar de  la teoría celular, las trombosis y las leucemias, también se dedicaba a la arqueología.
La doctora dice que todo el mundo habla de  inflamación,  pero nadie sabe exactamente lo que es. Fue Celso, el enciclopedista romano quien afirmó que la inflamación es cuando un órgano duele, está hinchado, rojo y caliente. Claro, Celso lo dijo con elegancia: dolor, tumor, rubor y calor. La doctora quiso agregar algo más cuando el comerciante la interrumpió:
¿Qué tiene que ver ese señor romano con lo que están hablando?
Bueno, para allá voy, esa definición sobre inflamación sólo fue complementada por Wirchow  cuando dijo que faltaba un síntoma: la alteración de la función. Te pongo un ejemplo: una doñita viene a mi consulta. Se queja del dolor en una rodilla hinchada, la cual además está roja y caliente; pero la anciana entró cojeando y a eso se refería Wirchow con su quinto signo.
La conversación  me parece una clase aburrida  de fisiología patológica, por eso trato de darle un giro:
-Wirchow era hombre de buen humor. Cuando su adversario político, el Canciller de Hierro Bismarck , lo retó a duelo y le sugirió  escoger las armas de su preferencia, el médico afamado que ya era Wirchow se inclinó por el bisturí. Además, decía que todas las enfermedades provienen de los malos momentos, excepto la sífilis…
La doctora retoma el tema de Celso y dice que su prestigio  por sus escritos de grácil estilo  llegaron a tal magnitud que muchos médicos quisieron imitarlo y citó el caso   Felipe Teofrastus Bombast  von Hohenheim, el famoso médico suizo que se cambió el nombre por el de Paracelso para igualarse al romano.
Interviene el comerciante con su hablar confuso y dice que recuerda haber leído un cuento de Borges, La rosa de Paracelso, del que sacó la conclusión que el tal médico además era mago.
Nos marchamos  al Titania, nuestro hotel. Algunas ciudades tienen un color predominante. Florencia es amarilla. Atenas es blanca, de mármoles blancos.
Subimos al Jardín de los Olivos, la terraza del Titania.  La oscuridad es tanta que el mesonero muestra el menú con linterna y lupa.
Bebemos vino tinto  a la luz de las velas. La gente conversa en voz baja y escucha el Adagio in sol minor de Albinoni. A lo lejos, la Acrópolis iluminada, brillante, bajo una luna grande. Pienso que por allí anduvo Sócrates exponiendo su filosofía, en el ágora, cerca de la stoa de Zeus Eleuterio.
Antes de dormir leo unos versos de Arquíloco, escritos hace más de dos mil quinientos años:
Me gano el pan
con la lanza y el vino de Tracia:
cuando bebo,
me apoyo en la lanza.

Me echo un trago y me apoyo en mi almohada.

II

 Oscar, un ecuatoriano que vive en España, habla hasta por los codos de sus aventuras, las cuales con sonrisa de satisfacción celebra su esposa española: viajó de Ecuador a  Barbados de polizón. Conoció a un suizo que cargaba un ajedrez. Jugaron y apostaron cien dólares. Ganó la partida y el europeo contento por tener con quien compartir lo invitó a unos tragos, luego de los cuales le regaló un dinero, superior al del envite. Ya en España, como en un cuento de hadas,  de los trabajos más miserables fue ascendiendo hasta llegar un modesto cargo de una empresa, la cual no precisa (y a nadie le interesa ese dato, por lo visto), pero que le permite vivir sin mayores dolores de cabeza. Se disponía  a dar una clase sobre el origen del hombre, según una enciclopedia francesa, cuando divisamos una estatua de Byron. Entonces decidió cambiar el discurso:
-¡Oh, el poeta inglés que luchó por la independencia de Grecia! Casi llega a ser comandante pero lo sorprendió la muerte. Es mi héroe porque decía que el hombre rebelde debe contemplar los más variados paisajes para reconfortar su espíritu y entender mejor el sentido de la vida. Es decir, debe moverse por todo el mundo.
             El trotamundos argentino dice no saber si es cierto lo comentado por         Oscar sobre Byron, pero comparte esa visión romántica, y agrega que la rebeldía de Byron no era más que  resentimiento social porque era cojo, y todos los rencos son inconformes y hasta malos, a veces.
 La doctora tercia en la conversación:
-No quiero entrar en las teorías de Freud porque no es mi fuerte. En cambio puedo decir que Byron  pensaba constantemente en la muerte y en  lo terrorífico de la vida. Fue el precisamente  quien sugirió  a Mary Shelley la idea para que escribiera lo que resultó su novela Frankenstein. Byron era enfermizo, por eso siempre lo acompañaba Polidori, su médico personal. Murió de epilepsia o de malaria. No se sabe exactamente.
Yo expongo que la causa directa de su muerte fue el shock hipovolémico por las sangrías, el método curativo preferido de la época .Le sacaron más de dos litros de  sangre. Recordé que mi abuela  Matilde solía contar que dos de sus hijos murieron   desangrándose en unas poncheras, con las venas cortadas, por prescripción médica.
Paramos la tertulia para caminar por los alrededores del Templo de Zeus Olympios . Es un día claro, soleado. Las ruinas del templo están en medio de un territorio amplio y limpio. Los vendedores de recuerdos se agolpan a nuestro alrededor para ofrecer sus mercancías. Nosotros seguimos hacia la Puerta de Adriano o mejor dicho: el arco que queda de ella.


III

Subimos hacia la Acrópolis con sumo cuidado porque el suelo en algunos  tramos puede resultar resbaladizo. Inmediatamente, Oscar  empieza hablar de las columnas griegas y sus diferencias. Dóricas, las más  simples;  jónicas, un poquito más acabadas con unos cachos enrollados  arriba; y por último, las corintias, fáciles de identificar porque arriba tienen una flor.
 Dionisio, nuestro guía griego, lo corrige: hay que observar los capiteles o extremo superior de las columnas. En efecto, el  orden dórico es el más antiguo y sencillo, está en los templos dedicados  a un dios  y no tiene base.         Obsérvenlo en la parte externa del Partenón, mientras que adentro está   el  jónico, en cuyo capitel están dos volutas y , no cachitos, y está dedicado a una diosa .Por último, el corintio que tiene un capitel formado por hojas de acanto . Luego Dionisio bromea:
 Dicen que a Calímaco, el escultor que inventó el orden corintio, se le ocurrió este remate de las columnas cuando vio sobre una tumba las hojas de acanto. Otros afirman que se prendió el bombillo cuando una joven colocó flores sobre una canastilla. Pero bien  pudiera  ser que la idea le vino cuando preparaba un té con las hojas de acanto para curarse una diarrea, porque la planta es medicinal.
La gente, proveniente de todos los confines del mundo, pasea por los escombros de mármol  y entre los restos de columnas. Algunos con curiosidad frívola; otros con aparente devoción; pero todos con admiración.  Hay jóvenes enérgicos que corren, saltan y toman fotos hasta a las piedras. También  hay ancianos con muletas, bastones y en sillas de rueda. Están cumpliendo un viejo sueño que razones materiales no le permitieron realizar en  su juventud. Ahora, hay dinero, pero la salud es tambaleante. No obstante, la voluntad se impone cuando se ama el arte y no se quiere morir sin antes contemplar las maravillas de la Antigüedad. Bueno, pero las razones reales pueden ser de las más variadas e inesperadas y tal vez estén cumpliendo una promesa como lo hacen los cristianos que se imponen cilicios o autoflagelaciones para fortalecer el espíritu. San Pablo predicó por estos sitios y por eso los griegos son muy creyentes y se persignan a la manera ortodoxa cada vez que ven una iglesia. Lo hacen con fervor y muy lentamente. Una vez noté que un chófer  se persignaba con tal devoción y entrega que temí perdiera el control del bus.


       Dionisio señala hacia un punto y dice: hacia allá están las ruinas del teatro mío, bueno, corrijo, el gran Teatro de Dionisio, el más viejo del mundo. Allí presentaron sus obras Esquilo, Sófocles y Eurípides. El teatro griego reflejaba la inevitabilidad y dureza del destino. La propia vida de los dramaturgos estaba signada por el destino: a Esquilo  el oráculo le dijo que moriría aplastado por una casa. Esquilo fue muy precavido y tomó las medidas para salvarse. Se fue a vivir al aire libre, pero igual murió cuando le cayó una tortuga en la cabeza lanzada por un buitre.
 Bajamos. Nos hacen una demostración con una copa de Pitágoras: tiene un tope  que si se sobrepasa el vino se derrama todo. Las interpretaciones sobran: beber moderadamente; la avaricia rompe el saco; rígete en tu vida con una regla de oro; no abuses en tus placeres; lo bueno cuando es mucho es malo, mientras que lo malo es bueno si es poco. Esta última frase para recordar a Don Quijote.
 Entramos al Museo de la Acrópolis con suelos de vidrio. Al principio caminamos  con mucha prudencia como temiendo una fragilidad de los pisos,  a través de cuyas transparencias se observa el  fondo  muy lejano con las excavaciones arqueológicas. En las salas están las vitrinas donde se exponen hallazgos de la ciudad antigua; abajo, vidrio mediante, están los restos de la propia ciudad con sus calles y casas, algunas de las cuales datan de varios siglos antes de Cristo.
 La sala dedicada al Asclepión  tiene estatuillas del dios de la Medicina, instrumentos quirúrgicos, ventosas y representaciones de partes del cuerpo humano en calidad de exvotos. Estos últimos son en nuestros días los recuerdos que deja la gente en las capillas de carreteras dedicadas a las ánimas, llenas de velas encendidas, imágenes y placas que recubren las paredes hasta más no caber.
  En algún lado Asclepio está junto a su familia y con personas que recuperaron su salud, supuestamente con su poder curativo. Pero también hay casos no necesariamente relacionados con un enfermo, como un cochero que le agradece a Asclepio haber salido ileso cuando su carreta se volcó.

     La calle de Dionisio es un largo paseo con una vista de olivos y cipreses del lado de las ruinas; del otro, edificios de mármoles blancos. Los artistas trabajan al aire libre  y venden sus obras.  Una vietnamita hace iconos  ortodoxos. Jorge, un pintor polaco, que fue marinero y estuvo varias veces en Venezuela, pinta un Partenón y se lo compramos. Un hombre toca el buzuki y le pido que saque el tema de Zorba, y lo hace muy bien por algunos euros.
Nos acercamos a Plaka, el barrio más antiguo de Atenas. En la calle Monastiraki , la principal y más concurrida, cuando apenas entramos vemos a un hombre dormido con sus manos sobre una mesa improvisada. Un gato negro duerme plácidamente frente a su cara. Natalia dice que en Moscú también se ven estos personajes que piden ayuda para alimentar a sus  animales.
  Decidimos sentarnos en una “taverna”, un restaurant griego típico. Nos ubicamos al aire libre. Pedimos musaka, una especie de berenjenas rellenas con carne de cordero; y ensalada griega: trozos grandes de tomate manzano, cebolla morada, pimentón, pepino y un pedazo de feta, queso griego blanco hecho con leche de oveja. Todo, por supuesto con mucha aceite de oliva. Para beber nos traen ouzo, el cual no nos agrada por su sabor dulzón anisado; preferimos el vino blanco para brindar. Entre las mesas deambulan cantores con sus instrumentos; y, ya con varias copas de vino en el buche, uno quisiera creer que son rapsodas recitando poemas homéricos. Aunque es razonable pensar que es parte de la misma  tradición griega que produjo las obras inmortales, fundamento de la literatura occidental.
Los comensales tienen un método  fácil para diferenciar a un aedo   genuino de un aventurero que milita en  un oficio que desconoce, obligado por la crisis económica: le solicitan Zorba. Un hombre se acerca  y rasguña desentonadamente su instrumento y se aleja rápidamente cuando se le pide la pieza inmortalizada en el cine. Luego viene una joven, un  niño,  una niña. Todos tienen en común un mismo rostro. Son gitanos rumanos, comentan.
Vendedores de toda calaña hacen cola para ofrecer sus mercancías. Decidimos, entonces, hacernos de la vista gorda ante tantas propuestas artísticas y comerciales. Por eso cuando nos abordó un joven vendiendo flores  ni nos inmutamos. Entonces, el florista ambulante le obsequió  teatral y galantemente una rosa Natalia y se alejó inmediatamente. Lo llamé para agradecerle y pagarle. Sonrió y se explayó en alabanzas y agradecimientos. Por lo visto el truco de poner a prueba sutilmente la caballerosidad de los otros le ha rendido frutos en anteriores  ocasiones .Su actuación es un guión ensayado.

    Entramos a una tienda y tratamos de conversar con la dueña en spanglish. Pero notamos el acento eslavo y entonces  hablamos en ruso. Aquí hay muchos rusos y es usual encontrárselos en cualquier calle. Los griegos los consideran sus hermanos por el lazo cristiano ortodoxo que los une y por la solidaridad siberiana manifestada en tiempos difíciles de guerras e invasiones. Mientras  miramos los dulces y licores alguien trata de robarse una bagatela de los estantes: era la misma joven gitana  que en cuestión de minutos había abandonado el pentagrama para dedicarse a otro oficio.
 Cruzamos   a través  los vericuetos de las calles bizantinas para tomar un taxi que nos lleva al hotel.
 En el cuarto hay dos pinturas: una con un ramo de flores; otra, con varias frutas: uvas, peras y manzanas.
 Para complementar el ambiente de naturaleza muerta que nos rodea descorchamos una botella de vino tinto de Creta, recomendado por la rusa de la bodega de Plaka.
 Después de unas cuantas copas y de un vistazo sin mayores propósitos del cuadro, se asoma la silueta surrealista de un hombre acostado: las uvas son el cabello, dos uvas más son los ojos, una pera  con tallos de uvas hacen la nariz,  dos manzanas forman  las mejillas, y una pera es la  barbilla.


IV
 La mañana es oscura y tibia. La quietud matutina sólo es interrumpida tímidamente con una bandada silenciosa de palomas que cruza el cielo ateniense. Es muy temprano aún; sin embargo, ya la gente empieza  a desplazarse por las calles.
Llegamos hasta el puerto de Trokadero, donde nos espera una ceremonia antigua, reservada ahora sólo para turistas: nos recibe un grupo de personas en trajes griegos típicos y nos dan la bienvenida con trompetas e instrumentos parecidos al saxofón.
 Abordamos el barco Platitera Urano con varias salas, tiendas y cafetines. En tres horas de viajes tenemos la paz del Egeo a nuestros pies y una cadena de pequeñas montañas que a veces parecen estar muy cerca como si nuestra navegación fuese de cabotaje.

Entramos al golfo Sarónico y bajamos en la isla de Hidra con calles de piedra, laberínticas y como buscando el cielo. En otros tiempos aquí se hacían barcos de guerra. No hay carros, pero si muchos comercios y puntos de comida.
 En los puestos de revistas se exhiben los rostros de Sócrates . Platón, Aristóteles y otros filósofos plasmados en libros, cuadernos y agendas.
 En el barco nos espera el almuerzo y música en vivo. Alguien del grupo está cumpliendo años y se lo celebran con cantos en griego y un brindis con vino de Creta.
 En poco tiempo llegamos a Poros, una isla volcánica, con muchas montañas y pinos. La tarde es fresca con una claridad que parece mañanera. Desde los balcones (da la impresión de que todas las casas los tienen) nos saludan. A lo lejos se divisa una región boscosa, donde  se ubicaba un templo dedicado a Poseidón.

V

 Estamos en Egina, la isla de los pistachos. Apenas bajamos del barco se nos acerca el comité de bienvenida: un montón de gatos. Los felinos son parte del paisaje de la isla y acompañan siempre a los pescadores.
Entre la multitud, al recorrer los puestos comerciales, te imaginas el mercado antiguo de Egina, donde fue vendido Platón como esclavo. Seguramente  esta vivencia traumática  resultó para el filósofo en una experiencia vital creativa porque inmediatamente, luego de su rescate, decidió abrir su escuela en el Gimnasio de la Academia de Atenas. Sublimación de una tragedia personal, diría Freud.
Aquí lloró de nostalgia Demóstenes cuando fue expulsado de Atenas por razones políticas.
 En esta isla nació uno de los médicos bizantinos  más importantes : Pablo de Egina. Estudió y trabajó en Alejandría.  Fue cirujano y obstetra.  Fue médico práctico, alejado de la medicina religiosa.  Escribió “De la Medicina”, donde habla sobre higiene, dietética, cirugía, patología general, enfermedades del cerebro, oídos, ojos, nariz y boca.  Estudió también la lepra.  Hizo referencias sobre Hipócrates .  Del estudio de la medicina dijo: “Es tan difícil, por no decir imposible, recordar todos los conocimientos médicos y sus particularidades”.

 Caminamos entre calles estrechas  y empedradas con innumerables  negocios, bares y ventas de pistachos, los cuales  en cada lugar te ofrecen  para probar. Algunos se quejan de la mala cosecha de este año; pero rápidamente empiezan a alabar la calidad de sus frutos y con detalles explican las diferencias y propiedades de las variedades que ofrecen.
   De las casas con porches adornados con parrales emanan fragancias culinarias, nunca antes percibidas por nosotros, que provocan el apetito.
Mientras nos acercamos a una plazoleta con pinos, un carruaje tirado por caballos con paso lento y acompasado  cruza la calle. En esta plazoleta Natalia y yo  escuchamos el canto de las chicharras.
El repique de unas campanas nos lleva hasta una pequeña iglesia ortodoxa. Una viejita camina por el estrecho recinto y  limpia con devoción los iconos. Le preguntamos por el templo;  dice que  se llama Madre de Dios y nos obsequia unos folletos en griego.
Nos sentamos. Las luces de unas velas muy delgadas apenas contrarrestan la obscuridad del santuario silencioso y aromatizado con incienso.
Regresamos a la vida mundana. En el barco ya están los artistas para interpretar cantos  y danzas folclóricas griegas.
La gente pide el tema de la película Zorba. Tal parece que hasta allí llega nuestro conocimiento sobre la rica  cultura musical griega

VI

Por televisión pasan un programa especial dedicado a Domenikos Theotokopoulos, El Greco. Hablan de sus periodos y estancias desde Creta, Venecia, Roma hasta Toledo.
Vamos hacia Corinto. Montañas grandes y pequeñas  se muestran en un día claro y soleado. Algunos afirman que el esplendor y belleza del paisaje griego propició el pensamiento filosófico.

 Ante nuestros ojos la Vía Sagrada que llevaba a los creyentes en procesión a cumplir con los ritos de los Misterios eleusinos dedicados a  Deméter y Perséfone que se celebraban en Eleusis, mito que explica el origen de las estaciones. La experiencia mística de los iniciáticos con  visiones que llegaban hasta el Más allá, supuestamente producto del fervor religioso, algunos se la adjudican a los efectos psicodélicos   de una  bebida que tomaban, llamada ciceón, de cebada y centeno, en la que crecían   hongos alucinógenos.
A mi izquierda el Mar Egeo; muy lejos la isla de Salamina, símbolo vivo de la cultura occidental por el  hito histórico que marcó la batalla naval del 48 a de C;  a la derecha ruinas de un templo dedicado a Afrodita.
El famoso canal de Corinto, visto desde el puente, semeja una zanja muy grande con una simplicidad que desencanta. ¡Cuidado¡ -  grita alguien-, que mientras contemplas distraído el canal pasan corriendo los carteristas . Y uno piensa que en todas partes cuecen habas.
Según la mitología en Corinto se construyó el Argos, nave de Jasón y su tripulación de argonautas que partieron en busca del vellocino de oro.


Por allí el templo de Pablo, el verdadero difusor del cristianismo. No muy lejos están las ruinas del templo construidos por el propio Hércules, en Nemea , donde mató al famoso león como parte de sus trabajos, según la mitología.
Degustamos  el vino dulce de Nemea para celebrar nuestro encuentro con las tierras de Hércules…
Antes de llegar  a Micenas avistamos las montañas de Arcadia, donde se ubica el Monte Taigeto , de cuyas cimas los espartanos lanzaban a los niños nacidos defectuosos para controlar la pureza de su raza, una de las más primitivas manifestaciones de la eugenesia. La rudeza espartana exigida para preparase para la guerra, estaba, por supuesto, muy distante del concepto actual de “niños especiales”.
Por estos parajes moraba el semidios Pan, responsable de las brisas del amanecer y del atardecer, también de la siesta.  Era cazador, curandero y músico. Las ovejas corrían asustadas ante su presencia, de allí el  significado de pánico.

Los bloques de los muros  de la Puerta de lo los leones de Micenas son gigantescos: uno se coloca frente a ellos y sobrepasan la estatura media  de una persona.  Los griegos antiguos no creían que estas construcciones se debían a mano de obra humana y le adjudicaron esa labor a los Cíclopes, gigantes con un solo ojo y fuerza descomunal. Estamos en  el  reino de Agamenón.
Dionisio dice con sorna: la G            uerra de Troya, según Homero, es la expedición de castigo por parte de los aqueos,  para vengar  el rapto  de Helena de Esparta por el príncipe Paris de Troya. Sin embargo, la realidad es otra: la guerra fue como siempre por motivos económicos. La Ilíada era la telenovela de aquella época…
Entramos a la tumba de Agamenón, semejante a una cueva de ladrillos con un techo muy alto de forma cónica. Después de caminar bajo un sol inclemente el recinto funerario nos parece muy fresco, un verdadero   oasis para el descanso y llevar el pensamiento a tiempos legendarios…
Interviene Oscar : Agamenón fue asesinado por su esposa, Clitemnestra. La hija de ambos, Electra, dio muerte as u propia madre para vengar a su padre.  De allí los psicoanalistas definieron el Complejo de Electra o atracción afectiva de las niñas por el padre, entre los tres y cinco años de edad, como parte de su desarrollo normal, en contraposición del Complejo de Edipo.
 Al salir de las ruinas del Palacio de Micenas contemplamos nuevamente las montañas de Arcadia con curiosidad y fruición  infantiles para comprobar una creencia popular muy antigua de la región, según la cual en una de las cimas de la serranía está el cadáver de Agamenón. Agudizando la vista y la imaginación se logra ver el perfil de un rostro durmiente en posición  horizontal. La frente, la nariz y la barbilla son los rasgos más sobresalientes.
La médico  argentina habla de  Árgos, la ciudad hermana de Micenas en la Guerra de Troya:
-De esa población son los gemelos  Cléobis y Bitón, cargaron como bueyes el carro de su madre  Cidipe, sacerdotisa de Hera. Iban a un festival religioso. Cidipe pidió a Hera el mejor obsequio para sus hijos. La diosa les dio la muerte como mejor regalo para un mortal. En cierto modo- continúa la galeno- esa tesis la resume Sócrates cuando  se le condena y se siente feliz  de morir para liberar el alma del cuerpo y reencontrarse en el Más allá con muchos personas buenas y sabias.

Nos dirigimos  a Epidauro , pero antes nos detenemos para almorzar en un restaurant  en el pueblo de Ligurio. El bar  al aire libre está defendido de los rayos solares por una red tupida de plantas de uvas. Una fuente en el medio del produce ruido de cascada en cuyas aguas nadan peces multicolores. Nos sirven souvlaki con papas y ensalada griega.
Llegamos al teatro de Epidauro en medio del bosque. Para comprobar su acústica la gente canta y aplaude desde el centro, entonces el sonido se desplaza nítido hacia todos los lados de las gradas.
Luego vamos al museo de Asclepio, el dios de la medicina, quien aparece como guerrero y médico en la Iliada. Probablemente vivió hace más de mil años antes de Cristo . Una leyenda dice que Asclepio es hijo de Apolo en Coronis. Coronis estando embarazada cometió adulterio con Isquis. Apolo castigó con la muerte a ambos adúlteros, pero primero extrajo por cesárea a su hijo Asclepio y se lo entregó al Centauro Quirón para que lo educara. Quirón  le enseño el arte de la medicina.
Otra leyenda explica que Coronis dió a luz a Asclepio y lo dejó en el monte Titeión. Lo amamantó una cebra y lo cuidó un perro. El pastor Arestanos encontró al niño, quien poseía una iluminación sagrada. Asclepio devolvía la vida a los muertos. Hades protestó ante Zeus temeroso que el más allá quedara despoblado. Zeus lo mató con un rayo. El castigo era consecuencia de su transgresión.  No le era  permitido actuar contra la naturaleza. Asclepio resucitó para convertirse en Dios de la medicina, cuyo culto se le rendía en los asclepiones. Estos templos son los antecedentes históricos de los hospitales y de los balnearios.
El asclepión era visitado por los enfermos provenientes de todos los confines de Grecia. El paciente dormía en el Ábaton y el dios lo visitaba en sueños para curarlo .La ceremonia empezaba al anochecer con ritos especiales. Se ayunaba y luego se tomaba un baño religioso. Después el enfermo se vestía con una túnica blanca. Ofrendaba a Asclepio con un regalo: comida o un animal como el gallo, cuyo canto ahuyentaba los malos espíritus. El sueño podía ser inducido por drogas. El sacerdote se vestía como Asclepio y visitaba a los enfermos. Curaba y daba consejos. El enfermo al curarse pagaba con exvotos que representaban la parte del cuerpo curada: orejas, brazos, vaginas, úteros,  pechos, etc. También daba limosnas.


  A las cinco de la tarde el sol es fuerte; sin embargo, hay una luna grande transparente sobre un bosque  de olivos. En casas aisladas con sus huertos se observan   tablas solares; y en los espacios abiertos las aspas de los molinos laboran armoniosamente bajo la égida de Eolo.
Vamos hacia el noreste, dice Dionisio- vean hacia allá, el Mar Jónico. Pasamos el río Alfeo. En la mitología Alfeo era un cazador que se transformó en río del Peleponeso  para seguir a su amada Aretusa, quien queriendo ser virgen siempre se había convertido en fuente.
El guía habla de las costumbres del Peleponeso de no muy lejana data sobre experiencias familiares. Los matrimonios por robo eran comunes. Su propio abuelo raptó a la abuela. Tuvieron muchos hijos, pero luego el abuelo abandonó su prole y se fue a África. Regresó luego de muchos años. Estaba arrepentido pero los hijos nunca lo perdonaron.
Una vez-sigue Dionisio-visité en Esparta a una prima. En su casa su esposo no me brindó ni agua. Así son los espartanos de rudos desde tiempos remotos.
VII

       Son casi las ocho de la noche cuando llegamos a Olimpia. El Arty Grand Hotel , construido sobre la colina de la antigua ciudad está rodeado de olivos.  En el cafetín conversamos con unas hermanas canarias. No pierden una vacación sin visitar un país distinto. Citan a un viajero turco, cuyo nombre no recuerdan:  “Viajar es algo que te llena de vida. Si no lo haces no puedes resolver tus problemas, no puedes hablar…Si no sales no puedes ser exitoso en la vida”.
Dicen gustar mucho de la arepa venezolana; y explican que el carácter peculiar canario proviene de  una mezcla de tres continentes: “Tenemos la cabeza en España, el corazón en América y el cuerpo en África”. Mientras conversamos probamos la metaxa : el licor nacional griego con sabor a brandy y vino.
Natalia y yo nos sentamos en el balcón, amplio y fresco, con muchos olivos al frente y  cantos de grillos. Seguimos probando la metaxa , pero  ahora me parece  su sabor  igual al aguardiente macerado con píritu que consumíamos en Las Mercedes del Llano en tiempos del liceo.
 En la mañana por la ventana penetra un aire frió y se escuchan cantos de gallos. Toques de campanas provienen de muy lejos.
Visitamos los templos de Zeus y Hera, los restos de los talleres de Fidias y Praxíteles. En el Estadio  es costumbre correr y posar donde se encendía y aún se  enciende el fuego olímpico como un ritual para rendir tributo a la grandeza cultural deportiva de la Antigüedad.
 En el Museo de Olimpia llama la atención de todos los visitantes  el Hermes con Dionisio. En la mitología Zeus se enamoró de Sémela, joven muy hermosa, hija de Cadmo rey de Tebas. Quedó embarazada pero Hera, esposa de Zeus estaba furiosa de los celos y prendió fuego al palacio de Sémela, quien murió carbonizada. Zeus rescató el feto (Dionisio) y se lo implantó en su muslo .Llegado el día de nacimiento, Zeus rompió los puntos y saco a Dionisio, a quien Hermes ayudó luego a escapar de la ira de Hera.
El mito de Dionisio pudiera ser una reminiscencia del embarazo ectópico y un remoto antecedente del embarazo masculino. Con razón decía Engels que cualquier idea nueva no era más que una idea muy vieja y  olvidada que una vez estuvo en la mente de los antiguos griegos.

Nos detenemos ante una curiosidad que al principio pensé se relacionaba con la medicina o con los estudios de anatomía, pero en realidad son   huesos de animales usados con instrumentos de trabajo en escultura.

    Partimos hacia Patras. El paisaje cinético son ahora de casas con pórticos y estatuas;  el mar Jónico ;   Ítaca,  la patria de Odiseo; Lepanto, donde Cervantes perdió la movilidad de su brazo izquierdo en  batalla que el propio   Manco ilustre calificó de memorable;  el largo puente de Rion-Antirion, y el Monte Parnaso, morada de Apolo, las Musas y los poetas.

VIII
Delfos es una ciudad pequeña con calles empedradas y muy limpias. Me detengo en un punto y miro a los lados. Entonces tengo la sensación de que algunas de estas calles son caminos largos que se alejan muy hacia arriba; mientras que otras bajan profundamente.
El hotel Hermes es pequeño con habitaciones que se encuentran subiendo y bajando escaleras. En la sala principal las paredes son de piedra, adornadas con esculturas de Hermes y Esculapio, y cuadros de iconos ortodoxos. En lugar aparte y aparentemente preferencial está una copia de La Escuela de Atenas de Rafael con dos grandes  velas encendidas a los costados. Nuestro cuarto tiene  pinturas con temas mitológicos, también  mesas y sillas desgastadas por el uso, pero este barniz de vetustez es agradable.
En el cafetín un arquitecto mejicano dice que lo más importante de su vida hasta ahora es haber corrido en el Estadio de Olimpia, y luego habla de la independencia de su país y nos obsequia unas insignias sobre la misma.
En la noche leo unos libros de mitología griega que compre en las tiendas cercanas al hotel. Sueño que recorro las calles de Delfos trazando señales con un hilo para no perderme. Teseo y Ariadna me visitaron, por lo visto.
 En la madrugada el Parnaso es un terraplén oscuro con alguna estrella sobre su lomo. Con las primeras luces del día se divisa el mar Jónico.
Subimos hasta el templo de Apolo, donde se ubicaba el Oráculo de Delfos. Empieza a llover y algunos se detienen hasta que escampe. Nosotros seguimos junto a un grupo regocijado porque  cree que es una bendición del oráculo. Por estos lares anduvo Apolo desde niño. Aquí al nacer se le separó del cordón umbilical en el Ónfalos, centro de macro y del microcosmos y que recordamos al referirnos a la inflamación del ombligo: onfalitis.  Aquí mató a Pitón, en lugar conservado hasta  nuestros días, para posesionarse y tener su propio  templo con el famoso oráculo.  Apolo tenía, entre otros muchos atributos, el poder   de la muerte súbita, de las plagas y enfermedades, pero también el  de la curación y  protección contra las fuerzas malignas.


Llegamos a la fuente de Castalia. En su tiempo se decía que sus vapores provocaban alucinaciones al oráculo, quien entonces hablaba para predecir el futuro. Hoy en día diríamos simplemente que estaba drogado. Ahora, los visitantes beben sus aguas cristalinas de manera ritual porque una leyenda les adjudica propiedades que alargan la existencia y cura los males del cuerpo. Por aquí tocó su lira Apolo y cantaron las musas.
En el museo la gente se agolpa alrededor del Auriga de Delfos. No se pueden hacer fotografía por eso los cuidadores están muy atentos; no obstante, los turistas se las  ingenian para burlar la vigilancia.
Alrededor del museo viven muchos gatos. Son mansos y se acercan a los visitantes. Vienen por alimentos y caricias.
Al salir, el guía señala hacia un punto  de la montaña: es la roca Hiampa, desde donde  fue lanzado Esopo, como castigo por sus sarcasmos hacia los habitantes de Delfos.
-Tal vez no creyó y se burló del oráculo, dice Oscar.

IX

El Parnaso se cubre de neblina. Hace frío. El paisaje de montañas se desvanece a ratos. Una lluvia menuda aparece en algunos trayectos. Llegamos a Arájova, una pequeña ciudad a unos mil metros de altura. Como en  todos estos pueblos las calles son orográficamente  empinadas. En la entrada hay un gran centro artesanal, al frente del cual está una plazoleta con un busto de George Papanicolau, quien hizo un aporte fundamental en el campo de la medicina preventiva al proponer la famosa citología que lleva su nombre y que sirve para detectar en un porcentaje muy elevado el cáncer de cuello uterino con la ventaja de poder aplicar las medidas curativas a tiempo  El método  ha servido para salvar la vida de millones de mujeres.
Cruzamos Zemeno , luego las sierras  de Tesalia, en uno de cuyos montes vivía el centauro Quirón , tutor de Asclepio, a quien enseñó los secretos de la medicina. Quirón era muy hábil con las manos por lo que su nombre derivó en cirujano como término médico.
El Parnaso permanece esondido entre las nubes, la lluvia continúa y soplan vientos muy fuertes. Los árboles se bambolean y parecen resistirse a caerse del lado hacia el cual los impulsa el vendaval. No son las cuatro de la tarde cuando la lluvia cesa para dar paso a una oscuridad casi total.
Vamos hacia el sudeste del monte Parnaso, donde se ubicaba Queronea, escenario de afamadas batallas y patria de Plutarco.
La lluvia empieza nuevamente cuando llegamos al sitio donde se realizaron las acciones de las Termópilas   (480 a.de C.) en la cual se enfrentaron los griegos (Leónidas) y los persas (Jerjes). La derrota de los griegos los convenció del peligro que representaban los persas para su democracia. Se prepararon y triunfaron luego en Salamina (480 a. de C.) y en Platea (479 a. de C). Occidente triunfó sobre Oriente. La democracia triunfó sobre el régimen de los sátrapas.
 Bajo la incesante lluvia no queremos dejar de ver muy cerca el monumento de bronce dedicado a Leónidas, en cuya parte inferior esta la leyenda con la famosa respuesta que dio el  rey espartano al jefe persa, cuando lo conminó a rendirse y entregar sus armas: ¡ Ven y tómalas¡

   Escampa y aparece un sol radiante. Sobre el cielo claro se estampa un arcoíris grande, cuyo significado mitológico anuncia el pacto de los humanos y los dioses y el fin de la tormenta.
 La claridad momentánea permite ver la   planicie de Tesalia, que a veces se parece a la llanura venezolana, morada de los centauros,  patria de Jasón ; de Helén, héroe epónimo de los helenos; residencia de Esculapio y sus asclepiones, ancestros de los hospitales modernos; y último lar de Hipócrates.
 El  Olimpo muestra tímidamente sus picos entre vapores nebulosos. Oscar clama porque Zeus emplee su rayo para que podamos contemplar en aposento del padre de los dioses en toda su majestuosidad. Al cabo de un largo rato el milagro no llega, pero sí las montañas del Pindo, y más tarde Kalambaka, la ciudad cercana a los monasterios del cielo.
X
En la entrada del hotel Orfeas hay un pino grande y muchos olivos en sus alrededores. Anochece y, entre los diferentes árboles, gorriones bulliciosos saltan de un lado a otro en busca de refugio.
De Kalambaka nos trasladamos Meteora y Kastraki. Estas pequeñas ciudades se ubican en la llanura de Tesalia, interrumpida en alguno de sus trayectos por enormes peñascos, sobre los cuales fueron  construidos hace casi mil años los monasterios.
Los peñones de Meteora son un espectáculo de una belleza espiritualmente acogedora, por lo que no es casualidad su elección como sitio para el retiro, la meditación y la oración.
Por senderos empedrados llegamos hasta los monasterios. Desde arriba se contemplan otras elevaciones pétreas, silenciosas, múltiples y solitarias. Al fondo, la llanura se percibe quieta y aterciopelada.
Los monjes caminan  callados hacia los templos. Hay servicio con participación de popes ruso. Algunos murmuran sus oraciones, rosario en mano, en un rincón oscuro. Las monjas, sin inmutarse por nuestra presencia, trazan con sus pinceles letras y dibujos para el recuerdo sobre piedras planas de diferentes tamaños. Las paredes están adornadas con  muchos retablos con motivos bíblicos en el peculiar estilo artístico  del cristianismo ortodoxo. La llama de los cirios proyecta matices dorados sobre las imágenes sagradas .Una de las bibliotecas tiene libros manuscritos enormes con motivos del Evangelio y pergaminos amarillentos.
Un barril gigantesco ocupa casi todo el espacio de una sala. Sirve para el almacenamiento de agua; no obstante en otras épocas seguramente cumplía otra función por cuanto una leyenda en su base dice: El vino alegra el corazón del hombre.
A los monasterios se subía a través de canastillas tiradas de un grueso cordel. Ahora ese sistema se emplea sólo para el abastecimiento de alimentos.
Algunos ambientes de los monasterios están unidos a través de puentes, entre los cuales hay jardines bien cuidados con bancos para el reposo y la contemplación del vacío profundo y trepidante; las moles de piedra y sus conventos; y, la cercanía del cielo despejado que seguramente motivó a los primeros monjes en su búsqueda de Dios.
-Tal vez- dice la doctora- los frailes idearon la construcción de sus monasterios un poco más abajo de las nubes  por las mismas razones que se construyó la torre de Babel.
El comerciante argentino responde que los constructores de Babel quisieron saber más que Dios, incluso pudiera interpretarse su acción como un intento de hacer ciencia. En cambio los monjes ortodoxos buscaron la  proximidad de Dios.
La conversación da un giro y se cae en el tema de Nikos  Kazantzakis y sus tormentosas relaciones con la iglesia ortodoxa.
Bueno- interviene Dionisio- aunque indagó de todas las maneras sobre Dios, seguramente llegó al agnosticismo. De otra manera no se entendería su epitafio: “Nada espero, nada temo, soy libre”.


MEDICRÓNICAS.ARÁJOVA.ANTENA 22.4.2017


sábado, 18 de febrero de 2017

MEMORIAS DE ITALIA (VERSIÓN COMPLETA)

MEMORIAS DE ITALIA

I
   De Mamavira, nuestra abuela salernitana, conservo vagos recuerdos .La vi un  par de veces en Santa María de Ipire. Era muy blanca, tenía los ojos azules y hablaba una mezcla de español con italiano.
 En nuestra casa de Las Mercedes del Llano, encontré un libro grueso de cocina italiana. No sé si estaba allí desde los tiempos cuando vivió en ella Mamavira o lo trajo luego la tía Carolina al venir a vivir con nosotros. Lo cierto es que yo sólo contemplaba en ese libro, sin  tapas y con sus hojas desencajadas, unas patas de rana. Las miraba y pensaba con asco que alguien pudiera preparar y comer semejante plato. En mis divagaciones infantiles, que no llegaban hasta los más variados gustos gastronómicos de otros pueblos, concluí que el consumo de anfibios por aquellas lejanas tierras de la abuela se debía a la escasez de carne de res, la cual en nuestra casa sobraba, pues siendo Alfonso, nuestro padre, carnicero, la teníamos en el desayuno, el almuerzo y en la cena. Más tarde, cuando estudié fisiología, supe que la preferencia culinaria (por esos batracios y sus ancas)  de los italianos permitió a Luis Galvani descubrir la naturaleza eléctrica del impulso nervioso. Habló al principio de electricidad animal. Volta lo refutó, y estas discusiones científicas permitieron la creación  de la pila eléctrica. Inventos, entre muchos otros en el campo de la medicina, como la electrocardiografía están relacionados con el  descubrimiento galvánico.
 Y a propósito de comida y medicina, fue el estudio de la digestión de los alimentos en las esponjas y en las estrellas de mar lo que llevó al científico ruso Elias Mechnikov a descubrir la fagocitosis cuando descansaba en el puerto siciliano de Mesina: introdujo una espina en el cuerpo trasparente de una estrellamar y observó como la rodeaban células , de manera igual como una astilla en un dedo de una persona que no ha tenido tiempo de sacársela es rodeada de pus. Había nacido la teoría celular de la inmunidad, complementada luego por la humoral de Paul  Ehrlich. Para seguir esa línea en materia de nutrición, Mechnikov , fue el primero el  estudiar el yogurt y sus propiedades y concluyó que su consumo es bueno para frenar el proceso de envejecimiento, luego de lo cual todo el mundo ingiere yogurt para mantenerse saludable.

II

Me enteré de la existencia de Roma en la escuela  con la maestra Dalila, como cualquier estudiante venezolano de las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX, cuando la Historia se estudiaba apenas se aprendía a leer .En nuestra memoria quedaron para siempre la loba, Rómulo y Remo, la  Monarquía, La República ,el  Imperio, Julio César, Marco Antonio, Cleopatra, y otro montón de nombres que vienen y se van; y hasta la palabra “pírrico”, cuyo significado aprendí entonces.
III
Entramos a Roma . Hay muchos semáforos y pocos ruidos de bocinas de los automóviles. A un costado, el río Tíber. En el año 291 a.C , una epidemia azotó la ciudad. La serpiente de Esculapio, dios de la medicina, la salvó. Desde entonces en la Isla Tiberina se construyó un templo en su honor, un recinto sagrado para recordar la curación milagrosa. Los enfermos acudían en peregrinación en busca de la salud perdida. Hoy, en lugar del templo hay  un hospital administrado por El Vaticano. Paganismo y cristianismo juntos.
 Ya estamos en el hotel Aran Park. Está un poco retirado del centro de la ciudad. En los corredores y en el cuarto hay muchas pinturas en claroscuro, sepia o gris , que ilustran  la historia de Roma. Servio Tulio, Publio Cornelio ,Tiberio Graco, Virgilio, Augusto, el Coliseo, una Guerra Púnica, y muchos otros personajes, acontecimientos y ruinas de edificios  están en marcos de madera teñidos con un barniz  plateado de falsa venerable antigüedad.
 Hacemos un recorrido por la ciudad. Construcciones modernas se alternan con las propias del pasado glorioso romano. El Panteón con la tumba de Rafael , el Mausoleo  de Adriano, ahora Castillo de Sant Ángelo, otrora fortaleza de papas y cuyo nombre recuerda la peste que el 590 azotó a Roma. El papa Gregorio I vio al Arcángel de San Miguel con su espada sobre el castillo, señal de que la epidemia había sido vencida.
  En la Fontana de Trevi no cabe un alma más. Todos quieren lanzar una moneda hacia donde  están las estatuas de Neptuno , la Abundancia, la Fertilidad y la Salubridad(Salus: hija de Esculapio. Es la misma Higea de los griegos).Hay que hacerlo de espaldas y con la mano derecha por sobre el hombro izquierdo. El lanzamiento de una moneda asegura el regreso a Roma; dos, un nuevo romance; y tres, matrimonio o divorcio. En plena revolución técnico-científica el hombre sigue profesando el pensamiento mágico que nos legó la prehistoria.
Regresamos. Es casi medianoche y la gente pasea bajo una luna grande. Recorremos  la Vía Ostiense por el sitio donde supuestamente  fue decapitado San Pablo. Según la leyenda la abadía Tre Fontana recuerda que su cabeza rebotó tres veces y originó tres fuentes.
 En el hotel  Natalia y yo celebramos con vino y trufas.
IV
  En la madrugada observo desde el balcón el jardín que rodea el hotel. Hay un silencio absoluto, extraño y misterioso. Es la misma ciudad, cuya historia no se puede conocer sin asociarla a hechos ruidosos, sangrientos, tumultuosos. Enfrentamientos bélicos, conquistas, intrigas palaciegas, pugnas familiares impúdicas e inmorales por el poder, vesania con sangre real, patricios, plebeyos ,los senadores clavando sus puñales sobre el cuerpo de César ,la algarabía de la turba enardecida en el circo…Todo cruza mi mente en una mezcla de cine y lecturas en la vigilia del parque inmóvil.
A las seis de la mañana los pájaros cantan, pero no veo ninguno. Salgo. El rocío se siente en los zapatos ; aquí, el crujir de mis pasos; más allá, un  rumor de aguas . Un cuervo grazna sobre un pino. El manto de los olivos cubre el camino de rosas blancas. Unas tupidas enredaderas son las fronteras del hotel.
Saludo al vigilante. Se llama Alfonso . Alimenta a unos gatos que están a su alrededor con aspecto callejero, mientras comenta que la ley los protege.
-Los animales merecen respeto, dice, y agrega: Roma es una ciudad tranquila. Está urbanización se llama Fuente Maravillosa. Aquí viven los ricos. Estamos cerca de la Vía Apia…
 La Vía Apia es la construcción que simboliza la grandeza romana en materia de caminos. Sirvió a los romanos  no sólo para triunfar en encuentros bélicos importantes, sino también para derrotar a los pantanos palúdicos , expresión redundante porque paludismo en latín evoca a los pantanos ( cuyo otro nombre en italiano es malaria: mal aire , ) que antiguamente cubrían el sendero. Ambos términos, como se nota, surgen entre los romanos y relacionan la etiología de la afección con algunas emanaciones perniciosas. No eran tiempos de pensar en mosquitos.
  Las laderas de la Vía Apia se convirtieron en  la última morada de los esclavos derrotados que acompañaron a Espartaco. Fueron crucificados.

V
 Hoy recorrimos las calles de Roma; tal vez tuvimos un orden en nuestro paseo, pero en mis recuerdos  reina el caos. Las termas de Caracalla no sólo era un espacio para la diversión, sino también una fuente para mantener la salud, cuya triada en el mundo grecorromano la conformaban la higiene, las dietas y el ejercicio físico. Los baños calientes y fríos tomados en las termas de Caracalla eran un mecanismo para fortalecer las defensas del organismo al aumentar su capacidad de adaptación. El Circo Máximo , construido en el lugar donde fueron raptadas las sabinas, recuerda las carreras de carros, pero también la forma primitiva de conformar una familia, la guerra  entre romanos y sabinos y su reconciliación, hechos que simbolizan la paz como destino final de odio entre los pueblos.
 El Palatino , legendaria morada de Remo(754 a.C),  luego residencia de Augusto y  de los reyes que le sucedieron. Augusto se hizo amigo de los médicos después que Antonio Musa  trató exitosamente sus padecimientos de reumatismo(10 d.C). Como Musa además de médico era botánico, Carlos Linneo usó su apellido para denominar a la familia de vegetales parecidos al plátano (Musa Paradisíaca).
El Foro, el templo de Hércules y la Fortuna son apenas fugaces visiones llenas de historia. La Colina del Capitolio, en cuyos terrenos se encuentra la Roca Tarpeya, alegoría del fin de los traidores: la romana Tarpeya colaboró con los sabinos en contra de su gente, siendo despreciada por ambos pueblos en pugna y arrojada desde la roca que lleva triste y vergonzantemente su nombre. El teatro de Marcelo, construido en honor de Marco  Claudio Marcelo, sobrino de Augusto, quien murió (23 a.C) con sólo 19 años de edad de una enfermedad sospechosamente parecida a un envenenamiento. Cruzamos la Vía del Corso y llegamos a la Plaza Venecia que alberga las ruinas del Ateneo de Adriano, quien en el 118 d. C liberó a los médicos del servicio militar. La Columna de Trajano, la Basílica  de San Juan de Letrán, la primer iglesia del cristianismo,los restos de la Basílica de Constantino. La leyenda afirma que enfermó de lepra y el paganismo aconsejaba bañarse en la sangre de tres mil niños, cuyas madres pidieron clemencia. San Silvestre se le apareció en un sueño y lo curó, motivo por el cual se convirtió al cristianismo.  Las murallas aurelianas para defender la ciudad de los bárbaros. La  tumba-pirámide de Cayo Cestio, quien la mandó a construir en tiempos de la egiptomanía que envolvió a Roma tras los escándalos de Cleopatra.

  En El Vaticano, desde la Plaza de San Pedro, nos señalan las ventanas papales. Están cerradas, y eso significa la ausencia del Sumo Pontífice.
 En La Capilla Sixtina la gente recorre  su pequeño recinto  y habla en todos los idiomas. Cuando el volumen de las  conversaciones aumenta tanto que no se escucha nada, entonces uno de los vigilantes  de la Gendarmería Vaticana con su elegante vestimenta religioso-policial, pide silencio con un fuerte grito en inglés: sailen plis. Natalia y yo nos sorprendemos y no podemos evitar una sonrisa por no soltar una irrespetuosa carcajada.
 Una señora está sentada y cambia el pañal del  hijo que carga en sus brazos. Disimuladamente coloca los desechos debajo del banquillo. Lo divino y lo profano juntos; la beatería y la hipocresía dándose la mano en la más famosa y sagrada de las capillas del cristianismo, casi frente a Dios y totalmente en presencia de las magníficas  obras pictóricas de  los semidioses Miguel Ángel, Rafael y Botticelli.

Entramos a la Basílica de San Pedro  donde está enterrado el fundador de la Iglesia y primer papa. Su tumba y la  de Juan Pablo II son las más admiradas. Eso me parece.
En el Coliseo o Anfiteatro de Flavio, espacio para el ocio del pueblo romano, recorremos los pasillos  entre grandes bloques de piedra. En una de esas paredes, en su parte más alta, está dibujado un gran pene sobre un arco o fornix. Durante los espectáculos las prostitutas recibían a sus clientes bajo esas bóvedas ; y de fornix, fornicar.
 Observamos las ruinas del Coliseo: el suelo de madera, el cual se cubría de arena para los combates, está cortado especialmente para dejar ver el subsuelo, donde se alojaban las fieras. La escuela de gladiadores, llamada Ludus Magnus, estaba unida al Coliseo por un pasaje  subterráneo, a través del cual se trasladaban los combatientes hasta la arena. Me imagino a Galeno, en el siglo II, socorriendo a los gladiadores heridos. A pesar de que  Galeno hizo sus descubrimientos anatómicos y fisiológicos  en animales es muy probable que haya comprobado sus experimentos estudiando las heridas graves de sus pacientes luchadores.
 El Anfiteatro de Flavio se popularizó con el nombre de Coliseo porque muy cerca estaba una estatua gigantesca o colosal de Nerón, el emperador que temía ser envenenado y por eso agregó a la poción de Mitrídates  carne de víbora porque las mismas no mueren con su propio  veneno, suponía. Mitridatismo o resistencia  a los venenos es un término proveniente de Mitrídates IV, rey del Ponto (120-63 a.C), enemigo de Roma. Tomaba mezcla de venenos en pequeñas cantidades diariamente para obtener inmunidad y no pudieran envenenarlo. Cuando fue vencido no pudo suicidarse con veneno, método usual para evitar la humillación de la derrota. Se clavó una espada.

 Llegamos hasta la iglesia de San Pedro encadenado construida en el 442 .Alberga las cadenas que llevó San Pedro por nueve meses antes de ser crucificado con la cabeza abajo, por deseo propio al considerarse indigno de morir como Jesús, en el año 67. Aquí está también el mausoleo de  Julio II, el Papa guerrero, constructor de la Basílica de San Pedro ; y el Moisés de Miguel Ángel.

Nuestra última visita por hoy es a la Basílica de Santa María la Mayor, un verdadero compendio de historia, construida por Sixto III para rendir homenaje a la Virgen María como Madre de Dios. Nestorio, Patriarca de Constantinopla (428) decía que María era la madre de Jesús, pero no de Dios. Esa afirmación escandalosa fue considerada una herejía por el Concilio de Éfeso en el 431. Nestorio fue expulsado de la iglesia y María fue declarada Madre de Jesús y de  Dios también. Para ratificar esa doctrina mariana se construyó la Basílica. Este conflicto religioso se reflejó en la historia de la medicina: Nestorio y sus seguidores expulsados fueron perseguidos y por eso emigraron a Persia y Mesopotamia, allí  trabajaron en labores sanitarias y enseñaron la medicina griega. Tradujeron a árabe a Hipócrates, Galeno, Dioscórides (padre de la farmacología), Oribasio y Pablo de Egina, destacados médicos de Bizancio.
En esta Basílica hizo su primera Misa San Ignacio de Loyola en 1538;  se encuentran los restos del pesebre donde nació Jesús, según la leyenda; las tumbas de varios papas y la de Paulina Bonaparte, quien estando en su lecho de muerte en 1825 se vistió con su mejor traje y pidió ser enterrada entre Sumos Pontífices. No quería ser menos que su hermano, parece ser.
VI

Son las cuatro de la madrugada silenciosa y fresca a pesar de que los árboles no se mueven. Nos dirigimos a Pompeya. Las carreteras bien asfaltadas tienen cada cierta distancia una pantalla para el control de la velocidad. Entre Los Montes Apeninos  se ven unos nubarrones, pero a las seis y media aparece un sol radiante.  A la derecha una señalización: Salerno. En esta ciudad surgió  en la Edad Media la primera Escuela de Medicina, fundada, según la leyenda por cuatro médicos uno judío, uno griego, uno árabe y uno cristiano. Ese origen representa en forma poética la influencia de varias culturas en la conformación de la escuela. En el 1221 Federico II reglamentó el ejercicio de la medicina. La carrera duraba cinco años con uno más de práctica tutelada. Antes era necesario cursar Lógica por tres años. Otros requisitos exigidos eran ser hijo legítimo y tener una edad mínima de 21 años. Al final se hacía un examen público y en la juramentación los nuevos médicos recibían el título de Doctor, un anillo, un libro y un beso de paz.
Atravesamos viñedos extensos. Probamos Lágrima de Cristo, un vino de Campania . La leyenda dice que Satanás robó en el Paraíso  las tierras donde son cultivadas las uvas para este vino, las cuales fueron bendecidas por las lágrimas del propio Cristo.
 En 1370 en Tarento apareció una enfermedad producto de la mordida de una araña. El nuevo mal fue bautizado como tarantulismo y a la araña se le llamó tarántula. La enfermedad se extendió por estas tierras que recorremos ahora y consistía en dolores y convulsiones que sólo se aliviaban con música y baile para supuestamente sudar el veneno. Enfermaron tantas personas que el mal se convirtió en una epidemia catalogada de psicosis colectiva, y de la cual solo queda el baile de la tarantela.
Ya el Vesubio imponente nos acompaña. Plinio el viejo (23-79), quien era asmático y probablemente sufría de gastritis o de reflujo gastroesofágico, murió cuando quiso investigar la erupción de muy cerca. Su sobrino, Plinio el joven (61-113) dice que al encontrarlo parecía una persona dormida y no un cadáver. No tenía heridas. En su carta sobre la erupción Plinio explica que “…Se desplomó, supongo yo, al quedar obstruida la respiración por la mayor densidad del humo y al cerrársele el esófago, que por naturaleza tenía débil y estrecho y frecuentemente padecía de ardores”.
 El día es muy claro y el sol quema. Las calles de Pompeya son de piedras que aún conservan las huellas  de las ruedas de los carros que circulaban y sobre las cuales hay restos de rocas volcánicas y piñas de pinos mediterráneos. Cerca de una farmacia está el lupanar con sus camas pequeñas y duras. El prostíbulo sagrado de la entrada de la ciudad para los visitantes, los lupanares ( llamados así los esclavos aullaban  como lobos para indicar su ubicación exacta; una prueba de que valoraban altamente la propaganda comercial), los penes  erectos esculpidos en los suelos, puertas y paredes, indican la importancia que tenía el sexo para aquellos habitantes. Pero hay más: Príapo, dios de la fertilidad y cuyo nombre designa a la enfermedad priapismo,  con su enorme falo era usada contra el mal de ojo. La línea entre el erotismo y la pornografía es imperceptible, desde nuestra perspectiva.
Natalia afirma que a pesar de un aparente desarrollo socio cultural de la ciudad, reflejado en las pinturas y en los teatros, la gente no se había alejado totalmente del mundo salvaje: practicaban el sexo desaforadamente a juzgar por la excesiva propaganda fálica; además,  no tenían mesas. Sí, es cierto. Probablemente no usaban las  mesas tal como las conocemos actualmente .Sin embargo, era la época de los triclinios o tres divanes alrededor de una mesa muy baja para comer y beber casi acostado, y  disfrutar de la dolce vita y del ocio. A propósito, triclinio proviene de kline (cama) y de allí clínica, la palabra más usada en medicina.
En la casa de Menandro me llama la atención la biblioteca: un nicho en la pared para colocar pergaminos y documentos. Hay una pintura con la historia del caballo de Troya de la Ilíada, en la cual se habla de Asclepio como un guerrero que luego se convirtió en el dios de la medicina.
En los cuerpos humanos petrificados por la acción del Vesubio se han encontrado signos de artritis reumatoide.
 En Pompeya la medicina estaba muy desarrollada y era altamente apreciada, según se desprenden de los hallazgos arqueológicos: pinturas con los dioses griegos de la medicina: Apolo, el centauro Quirón y Asclepio ; instrumentos  quirúrgicos de hierro y bronce encontrados en la Casa del Cirujano; el fresco con el médico Iapix arrancando una flecha de la pierna de Eneas, héroe de Troya.
 El  agua llegaba a las casas de Pompeya a través de tuberías de plomo, en tiempos cuando se desconocía el saturnismo o envenenamiento por ese metal.
VII
gViajamos  hacia Nápoles siempre teniendo como acompañante al  Vesubio. Atravesamos los campos Flégreos con numerosas fuentes de aguas  termales que los romanos emplearon para tratar sus dolencias. Nápoles en la mitología griega se relaciona con  Parténope , una de las sirenas cantoras. Su voz melodiosa atraía a los pasajeros y los hipnotizaba hasta el punto de olvidarse de comer y beber. Este encantamiento mitológico no es más que una manifestación del poder de la música sobre la mente y el espíritu o musicoterapia.
 En la ciudad pasamos por  el  Castillo Maschio Angioino (Torreón de los Anjou), o  Castel Nuovo. Aquí  Boccaccio escribió el Decamerón, el cual se relaciona con la epidemia de peste que azotó la región.

El Teatro San Carlo (1737)  es el teatro de ópera más antiguo del mundo. Aquí trabajó Rossini, cuya obra El Barbero de Sevilla refleja el escepticismo hacia la medicina, en una época cuando los barberos también eran cirujanos.
La sangre de San Genaro, patrón de Napoles, se licúa todos los 19 de septiembre, día de su muerte en la catedral de Santa Clara. La iglesia lo considera un milagro; los médicos creemos que el fenómeno es incompatible  con el proceso de coagulación de la sangre; mientras que los químicos hablan de su posibilidad si se acepta que la sangre del santo es un líquido no-newtoniano, es decir, cuya viscosidad varía con la temperatura. Pero la fe anticoagulante  de los napolitanos  se extiende también  hasta Santa Patricia, cuyo diente conservado en la iglesia de San Gregorio Armeno, emana sangre de tiempo en tiempo.
 En la  capilla de Sansevero o Templo de la Piedad, del siglo XVIII,  se encuentran las máquinas anatómicas  del príncipe Raimondo di Sangro (1710-1771). Raimondo fue un científico alquimista que hizo inventos de todo tipo: armas, pinturas, imprentas. Realizó experimentos para resucitar muertos y practicó la anatomía. Sus máquinas  son dos modelos anatómicos, con cadáveres de ambos sexos, que representan el sistema circulatorio y contienen algunos órganos.
VIII

 Mis primeras noticias sobre Capri las tuve a través de  algunos médicos famosos .Inicialmente   supe de la isla  cuando leí “Sensaciones de viaje”, del galeno y escritor modernista Manuel Díaz Rodríguez. Luego encontré “Tiberio, historia de un resentimiento”, de Gregorio Marañón. Más tarde,  con Axel Munthe, quien se convirtió en 1880, a los 23 años, en el Doctor en Medicina más joven de Europa, obtuve otras referencias. Pero antes, con Suetonio, citado en los estudios sobre la evolución darwiniana en bachillerato, también oí hablar de la isla por sus descubrimientos de fósiles muy antiguos.
 Llegamos al puerto de Marina Grande. Díaz Rodríguez subió en mula hasta la ciudad. Nosotros usamos el funicular  y los carros  pintorescos, únicos y peculiares de la isla.
 El regocijo y disfrute espiritual se inicia con la travesía marítima. El barco recorre  parajes, mientras se acerca a los farallones, arcos naturales y grutas. El azul del cielo soleado y claro, la brisa y las gaviotas son parte del magnífico paisaje. En lo alto se divisa la villa de Tiberio, quien dirigió el imperio desde ese refugio. Hay muchas versiones para explicar la elección del emperador. La más probable es que era un hombre hipocondríaco y huía de la multitud. Los defensores de la teoría humoral creían que el hipocondrio emanaba vapores que provocaban la enfermedad.
Marañón cita a Plinio, Suetonio y Tácito. Estos historiadores lo describen con úlceras y tumores en el rostro que ocultaba con emplastos. De allí su resentimiento y su temor al público. El médico español cree que Tiberio padecía de sífilis, sin descartar la lepra. Sus llagas eran curadas  por médicos egipcios con cauterizaciones que lo producían ulceras más profundas. Era el método curativo de la época recogido por Hipócrates en una de sus sentencias: “ Lo que la medicina no cura, lo cura el hierro (la cirugía), y lo que no cura el hierro, lo cura el fuego…”
 Tiberio se refugió en Capri, según Marañón, por su tendencia enfermiza a la soledad. “El hombre del continente que se encierra en la isla lo hace porque, precisamente, su alma necesita del pequeño cosmos limitado; como ciertos pájaros prefieren  el universo dorado de su jaula al vasto mundo, lleno de esfuerzos y peligros”.
A Tiberio le gustaba hacer las veces de médico, pero odiaba a estos profesionales. En las guerras atendía personalmente a los soldados heridos y se preocupaba por sus medicamentos, comida y baño. No obstante, desde muy joven decidió prescindir de los facultativos. Simplemente los odiaba. En su última enfermedad sintió dolor en un costado, fiebre y escalofrío. Tenía una pulmonía, casi seguro.  Murió poco después de negarse a que el médico Charicles le tomara el pulso.

IX
Subimos por callejuelas hasta un pequeño restaurant para almorzar. Estamos al aire libre rodeados de plantas. Todo es colorido, fresco y luminoso. Cerca, un patio con una fuente. Los compañeros de viaje le obsequian a Natalia un ramo de flores y una torta con motivo de su cumpleaños. Hacemos un brindis en medio de expresiones alegres.
No muy lejos del restaurant nos invitan a una degustación de un licor, especialidad de la isla: el limonchelo. La bodega se llama La Magia del limón. En vasitos probamos diferentes sabores frutales de varios colores  pero siempre sobre la base del limón. En los estantes hay botellas de todos los tamaños y de todas las formas posibles, como para todos los gustos.
Por un sendero estrecho y largo subimos hasta los Jardines de Augusto. A los costados se encuentran muchas villas hermosas cubiertas de ramas floridas. Hay también tiendas de dulces y refrescos, cuyas fachadas se adornan con limones gigantes  amarillos que cuelgan por todos los ventanales  de atención al público.
    Desde los Jardines de Augusto, con sus pinos y palmeras, nos arropa la brisa mediterránea.  Sentados en este balcón natural  contemplamos el atardecer  sobre los farallones con el arrobamiento conmovedor del espíritu que sólo puede producir lo romántico asociado al vértigo.
Bajamos lentamente para ver cada casa con sus muebles, pinturas y rosaledas. En un alto observo un mosaico con el rostro de Máximo Gorki, el creador del socialismo real en la literatura. Aquí vivió su exilio dorado y se curaba de la tuberculosis. Aquí escribió Relatos de Italia, una recopilación de cuentos que leí cuando era estudiante de medicina en Moscú.
 Pero a mi esposa Natalia no le cae bien Gorki. Dice que su exilio cuando Stalin gobernaba en la Unión Soviética sólo tiene una explicación: ignorar los horrores del estalinismo. Regresaba a Moscú y recibía honores del sátrapa. La gente le planteaba lo terrible de vivir bajo la mano del dictador con la esperanza de que con su autoridad y prestigio lo divulgara al mundo. Gorki sonreía, callaba y regresaba a su exilio pagado por el Coba.
De vuelta en el barco descorcho una botella de vino para brindar por mi esposa. Pepe, el amable guía napolitano, se inclina hacia Natalia y entona, en voz baja y melodiosa,  un canto italiano de cumpleaños.
X
A través de la región de Umbría nos dirigimos a Toscana. El clima es fresco. Pasamos castillos,  campos roturados, pinos y  huertos de girasoles. A los lejos se ven trenes rápidos.
 En Florencia avistamos la Basílica de Santa Cruz, donde están enterrados Maquiavelo, Galileo y Miguel Ángel. Aquí, en 1817, Stendhal  se sintió enfermo: “Había llegado a ese punto de emoción en que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Cruz me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”. Lo descrito por el escritor francés se denomina Síndrome de Stendhal, consecuencia de los efectos producidos por la maravillosa y abrumadora belleza de las obras de arte. Los síntomas consisten en palpitaciones, vértigo, confusión, temblor, depresión y alucinaciones. La psiquiatra  Graziella Magherini comprobó y documentó estadísticamente en 1979 la vigencia de síndrome, el cual es particularmente endémico de esta ciudad.
 FFCaminamos bajo la lluvia. Al mismo tiempo que empieza a llover saltan montones de vendedores de paraguas. Llegamos hasta la Plaza de la Señoría y nos ubicamos en la parte techada entre mucha gente y estatuas. Una pareja contrae matrimonio y junto a sus alegres acompañantes espera con nosotros el cese de la lluvia.
Aquí funcionó la Hoguera de las Vanidades, donde Girolamo Savanarola quemaba todo lo que parecía un lujo, incluyendo libros como los de Boccaccio. Savanarola, quien empezó a estudiar medicina, que luego  abandonó por la teología, predijo guerras y epidemias de sífilis  y se enfrentó al poder político y eclesiástico. Sus luchas terminaron en esta plaza, colgado y lanzado a las brasas en 1498.
Mientras llueve contemplamos las esculturas de la plaza. El Perseo con la cabeza de la medusa Gorgona de Benvenuto Cellini nos recuerda que Asclepio, dios de la medicina, uso la sangre emanada por la decapitación para resucitar a los muertos, lo que podemos entender ahora como una forma mitológica de transfusión de sangre o de reanimación. El Más Allá podía quedar despoblado por eso Zeus decidió  matar a Asclepio con un rayo. Esta es  la manera mitológica de decir que los médicos luchamos contra la muerte y posponemos su llegada. Pero al final ella nos gana la partida.
Dos obras expuestas en esta plaza sirven para establecer diferencias claras desde la perspectiva de la anatomía. Por un lado, la copia del   David de Miguel Ángel (1500); y por otro,  el Hércules de Bandinello.  El segundo envidiaba al primero, y para superarlo quería esculpir algo grandioso, gigante. Su Hércules (1533) tiene, tal vez, mil músculos; ignorando que el cuerpo humano tiene sólo seiscientos cincuenta.  Cellini dijo que parecía un saco de melones. En efecto, Bandinelli no había estudiado la anatomía como Miguel ángel lo que no le permitía alcanzar la perfección a la hora de esculpir un cuerpo humano.   Miguel Ángel estudió anatomía 20 años en el convento del Santo Espíritu de Florencia.
XI
    Escampa y hace un poco de sol. Para recorrer la ciudad cada uno se va  por su lado de acuerdo a sus gustos  e intereses artísticos  y acordamos encontrarnos en la Puerta del Paraíso, la obra magistral de Lorenzo  Ghiberti construida en 1452 con escenas del Viejo Testamento en la Catedral de Florencia.
 Llego hasta la Galería de la Academia .Hay una larga cola. Titubeo y me pregunto si hacer un recorrido por el casco histórico  en unas carretas tiradas por caballos  y disfrutar de una panorámica general de la ciudad  o seguir esperando para ver el David original; pero al final decido quedarme. Llueve nuevamente de manera intermitente. Un poco de lluvia se alterna con un poco de sol. Estoy empapado a pesar del paraguas que me vendieron unos africanos. Exactamente estuve una hora para entrar.
 Dentro del museo hay muchas obras de Miguel Ángel, pero la gente se agolpa alrededor del David, perfecto e intocable. El rito consiste en esperar su turno para admirarlo y luego sentarse y seguir contemplándolo de lejos. La larga espera  se recompensa con unos minutos de meditación frente a la escultura magistral. Me parece que todos oran en silencio como frente a un altar y ruegan por las cosas bellas de la vida. El David de Miguel Ángel, según se ha dicho desde el Renacimiento, se prepara para su combate decisivo contra Goliat ; y cada uno de los amantes del arte que lo observa de tan cerca con arrobo casi religioso pide fuerzas para continuar la lucha que implica el sólo hecho de existir.

 Salgo con la satisfacción  de haber visto el original del David y no haberme conformado con la copia en la Plaza de la Señoría.  Por una callejuela sigo sin un rumbo determinado. Un anciano de barba blanca, como salido de una de esas pinturas del siglo XIX,  está sentado en una acera. Fuma pipa y toca el acordeón. Al verme entona música de mariachis. Se llama Marcelo, es napolitano y fue marinero en sus mejores tiempos. Me siento junto a él y le pido una canción de su pueblo,  y  con gusto la saca  en su instrumento que parece pieza de museo. Con alegría y tristeza recuerdo al abuelo Michel Malaspina, quien según José Antonio de Armas Chitty cantaba melodías napolitanas en sus momentos de nostalgia en Santa María de Ipire.
   Un grupo de personas está alrededor de un Cupido de carne y hueso, pero empieza nuevamente la lluvia y ahora con gran intensidad. A Cupido se le chorrea la pintura que lo transformaba en escultura  y no le queda más remedio que correr hasta un pasillo techado.  Natalia y yo entramos a un bodegón y con ensalada mediterránea brindamos con vino toscano mientras mejora el tiempo.
XII
             En Ponte Vecchio me acerco a un grupo de turistas. Hablan de Boccaccio y su Decamerón, cuyo inicio tiene que ver con la peste que azotó a Florencia en 1348, a partir de la cual se enlazan los cien relatos del libro. Las aguas del Arnes fueron testigos de la mortandad, dice uno. Citan a Boccacio: los médicos ordenaron limpiar la ciudad, prohibieron la entrada de gente proveniente de ciudades infectadas. Sin embargo, los enfermos morían, incluso a pesar de las oraciones. Cuando salían unas ampollas hinchadas  como huevos en la ingle o en la tetilla izquierda, se diagnosticaba el mal. Las manchas negras  en brazos y piernas significaban la muerte al tercer día de su aparición. Se creía que la dolencia se transmitía al hablar con el  enfermo, tocar su ropa o un objeto que hubiese estado en contacto con el desdichado. Unos cerdos rompieron la vestimenta de un enfermo y a las pocas horas murieron. El pestoso moría solo, sin ninguna ayuda, porque nadie quería visitarlo, lo que Boccaccio calificó de  proceder bastante inhumano y cruel: uno abandonaba a su propio hermano enfermo; la mujer a su esposo; y lo más increíble cuando el padre y la madre huían de los hijos afectados. Pocos hombres ofrecían cuidados al paciente por grandes cantidades de dinero para acompañarlos en su despedida final. Se vieron casos cuando enfermo y cuidador murieron juntos. Las mujeres contagiadas se sentían tan mal que perdían la vergüenza a la desnudez. La gente se desayunaba en sus casas y  cenaba en el  otro mundo. Los entierros se hacían con pocas oraciones para alejarse lo más rápido posible de la fosa.
 Algunos pensaron que estarían a salvo si comían y bebían poco y apartándose de los amigos. El sexo se prohibía; en cambio se recomendaba oír música. Pero había otras opiniones: el mal se evitaba  con vino abundante, manjares de todo tipo y mucho sexo. Alegrarse, reír y bailar también espantaba la peste, como consecuencia no se lloraba a los muertos y así se conservaba la salud. Para el mal olor proveniente de los cadáveres se ponían en la nariz  hierbas aromáticas y flores. Los hombres y mujeres   huían de Florencia a los campos aledaños…

     Nos alejamos del grupo. Preferimos respirar la fragancia renacentista de la ciudad acogedora,  hermosa y festiva, antes de seguir escuchando los relatos tristes que casi nos hacen percibir las emanaciones letales  que la impregnaron hace siglos de pena y desconsuelo.
XIII
      Llegamos hasta la Catedral de Florencia Santa María del Fiore y contemplamos su cúpula a la cual se puede subir. Gran cantidad de gente adquiere boletos para llegar hasta arriba .Al acercarnos preguntamos si hay ascensor, pero la respuesta es negativa. La Cúpula de Brunelleschi nadie la alterado con aparatos eléctrico y se mantienen igual desde hace  la Edad Media. Natalia  renuncia a la empresa. Yo pido mi boleto y empiezo a subir por escaleras estrechas y zigzagueantes. Poco a poco se asciende, pero de tiempo en tiempo nos detenemos para descansar. Sin embargo, el descanso es brevísimo para no detener el flujo de turistas que se mueven y conversan en diferentes lenguas. Entonces piensas que estas escalinatas con paredes que te rozan casi por todas las partes no son aptas para  claustrofóbicos. Tienes personas adelante y atrás. Están tan cercas que sientes su respiración, sus jadeos. Alguien pregunta por la altura hasta la cúpula. Son cien metros, dicen. Lo mejor en no pensar porque el pensamiento es traidor. ¿Y si alguien se desmaya, cómo lo sacamos? ¿Y si el desmayado soy yo?
 Por fin diviso un piso más amplio como para el descanso. Reanudo la marcha y me incrimino: si hubiese sabido que son cien metros no me animo. Luego de muchos pasos y muchas ideas negativas, llegas a la conclusión de estar sometiéndote a una prueba que debes superar para reconfortarte y demostrar que puedes llegar hasta el final de la meta trazada. Este ascenso tortuoso es un ejercicio de cualquier meta. Lo importante es cumplir y sentir que te preparas para otros retos.
                Llego a la cima. Por amplios ventanales el aire bendice nuestro cuerpo y lo refresca;  y Florencia se observa toda, inmensa y bella con sus viviendas  y  edificios de techos rojos y paredes amarillas. Desde lo alto de  la ciudad te sientes Gulliver  en Liliput: las casas parecen diminutas, seguidas de espacios arbolados que llegan hasta las colinas bajo un  cielo azul oscuro con nubes grandes más claras.
 Al bajar siento un gran alivio y celebro junto a Natalia con una copa de vino Caparzo  que  amablemente nos recomiendan en un cafetín en cuyas paredes hay escudos y pinturas que aluden al Medioevo.
XIV
      Nos encontramos con Isabel, una anciana maestra mejicana del grupo de turistas. La acompaña su pequeño hijo, quien no pasa de los quince años y es muy inquieto y parlanchín. Nunca calla y se mete en todo. Isabel, con  una escoliocifosis  severa que descuadra  sus caderas, es de caminar lento y penoso. Antes de entrar en conversación nos dice disimuladamente, para que no la escuche el muchacho, que no es su madre biológica.  Aclaratoria que  hace para evitar comentarios imprudentes ante la notoria diferencia generacional. Seguramente le habrían preguntado por el nieto, cuando la realidad es que el chico  nunca ha puesto en duda  que anda con su madre. Ahorró toda la vida para llegar hasta Florencia. Se declara admiradora de los Médici y dice que el Renacimiento se le debe a Lorenzo. A usted como médico-continúa- le debe interesar el hecho de que los Médici deben  su apellido a que la primera profesión de sus ancestros era  la de  médicos. Fíjese en el escudo que he visto en algunas calles: tienen dibujados unos círculos, que en realidad son pastillas o como dicen ustedes tabletas a comprimidos, qué sé yo.
 Isabel se acomoda al cuello una pañoleta para agregar: mire, hablando de su carrera, le contaré  una  anécdota que una vez leí no recuerdo dónde: una vez   estaba cenando Lorenzo de Médici con sus amigos  y surgió una conversación sobre los oficios y profesiones en Florencia. Uno dijo que lo que más abundaba en la ciudad eran los artistas, pintores, escultores y artesanos. Otro que los tejedores de paño; y una dama dijo que los joyeros pasaban de cien. Gonella, el bufón, expresó que los doctores eran mayoría en Florencia. Lorenzo sonriendo dijo que sólo había tres doctores florentinos: dos que curaban a todos los habitantes, y Antonio Ambrosio, su propio médico; pero como Gonella insistía en su posición decidieron retarlo para que la demostrara. Gonella aceptó la apuesta y al día siguiente se amarró un pañuelo en la cara y al primero que le preguntó le dijo que tenía dolor de muelas. Inmediatamente le aconsejaron oler tres pelos  quemados de un gato negro, agarrado en el cruce de cuatro calles. Un monje le recomendó calentar vino tinto y beberlo mientras rezaba. Y así Gonella recibía recetas, las cuales anotaba, de músicos, poetas, sabios y campesinos.
 En la tarde el bufón regresó al palacio de Lorenzo, quien  al verlo indagó por la salud de sus dientes. Me duelen mucho, por favor, llame usted a Antonio Ambrosio. No es necesario, contestó Lorenzo: -Entiendo mejor de estas cosas que mi propio médico. Yo mismo te curaré:-  Aplícate compresas de  hojas de salvia hervidas y enjuágate la boca con agua de manzanilla. Además, puedes darte masaje en los carrillos con un saquito de arena caliente. En la noche Gonella tenía trescientos nombres de personas que se creían médicos y más de mil recetas. Había ganado la apuesta. Reímos y celebramos el relato de Isabel. Más tarde supe que lo contado por maestra es un relato de Ítalo Calvino.
 Yo recordé al médico Florentino Antonio Benivieni, quien al final del Medioevo hizo la primera autopsia, para buscar las causas de la muerte, en un paciente que no retenía alimentos en el estómago por tenerlo obstruido con un tumor.

XV

 Desde la ventana del hotel Nuovo Palazzo Di Giustizia   se ve la calle en calma con algunos transeúntes. Una luna que me parece extremadamente grande  la ilumina.
XVI

      Son las siete cuando partimos hacia Venecia con el frescor de la mañana. Atravesamos muchos túneles y divisamos las montañas de los Apeninos y sus bosques.  Por la región de Emilia Romaña el cielo se nubla,  la temperatura se siente más baja y la neblina cubre los tejados de las casas. Por aquí surgió en  la Edad Media una de las primeras universidades en Bolonia, donde nació y estudió Marcelo Malpighi, a quien los estudiantes de medicina se lo encuentran por todos lados por ser el padre de la Histología: su mayor contribución fue la observación de los capilares. Ejerció la Medicina siendo muy querido por sus pacientes. Se dice que era un hombre justo, apacible y de rica sensibilidad a quien  se le atribuye la frase: “Las leyes del universo, siempre están del lado del observador más sensible”.
Particularmente recuerdo a Malpighi por las clases  fisiología: en  el microscopio debíamos repetir sus experimentos  con ranas.
  Cuando uno viaja los ojos están en el paisaje  movible e impresionante por su belleza y colorido; mientras el pensamiento vuela hacia el recuerdo.  En mi caso particular el conocimiento se refresca y hay placer en constatar que se está cerca de donde una vez se hizo la historia médica. En Bolonia nació y estudió Giovanni Battista  Morgagni , quien relacionó en el siglo XVIII los síntomas clínicos con los resultados de la autopsia: Había inventado la Anatomía Patológica. Con su investigación morfológica sistemática y rigurosa, consolidó el método de estudio anátomo-patológico, echó por tierra la doctrina humoral al descubrir en los órganos el sitio de la enfermedad y, con el análisis clínico de cada caso de autopsia, sentó las bases del estudio de correlación clínico-morfológica.             Morgagni aprendió de su maestro Antonio María Valsalva, el de las maniobras ampliamente empleada en pacientes con ciertas enfermedades. Valsalva fue una gran anatomista y en sus autopsias no se detenía ante nada: podía probar los fluidos de un cadáver para tratar  de  determinar  su naturaleza. Una vez escribió: “El pus de la gangrena tiene mal sabor. Deja en la lengua un hormigueo desagradable durante la mayor parte del día".  Ese método recuerda a los médicos chinos e hindúes, quienes probaban la orina de los pacientes para diagnosticar la diabetes.
               En Bolonia también estudió  Lázaro Spallanzani, quien con sus experimentos derrotó  la teoría de la generación espontánea sostenida por el inglés Needham, y así le abrió el camino a Pasteur. Cuando estaba en el bachillerato en el liceo Juan Germán Roscio de San Juan de los Morros, los experimentos de ambos sacerdotes científicos fue motivo de emocionantes discusiones en los laboratorios de Biología entre tubos de ensayo, matraces, sapos, ratones y otros animales para experimentos.
XVII
    Aparece la llanura  Padana amplia, despejada y fértil. De cerca, con sus viñedos y sembradíos de espárragos, se tiene la percepción de que es tan plana como el llano venezolano; pero al alejar la vista este cuadro desaparece: hay árboles grandes en colinas en un fondo nebuloso de trazos amarillos y rosados. El  Po que atraviesa la llanura, en uno de sus tramos, fue convertido en río  de sangre y fuente de epidemias  hace más de mil años: el papa Gregorio III ordenó arrojar los muertos de las batallas con los bizantinos en el río, el cual se contaminó y por más de un lustro en algunos sitios no se pudo comer pescado. La discusión sobre el uso de las imágenes  religiosas fue el motivo de la guerra. Los de Bizancio las negaban, mientras que el papa las aceptaba, muy a pesar de la infalible palabra de la Biblia que las prohíbe; pero donde no hay iconos no hay un atractivo especial para ganar adeptos a la fe, por eso la iglesia aceptó las ideas del filósofo griego Plotino, quien vivió en el siglo II y desarrolló la teoría de las imágenes y su poder curador a pesar  de los mandatos del Decálogo que instan abstenerse de adorar imágenes.  Según Plotino, las imágenes emanan un poder curador (Doctrina de la Emanación).  Las imágenes empiezan a usarse en el tratamiento de las enfermedades; y ahora no hay hospital o clínica privada sin sus capillas, altares y santos con sus respectivas velas.
 Cerca está Padua, en cuya universidad trabajó uno de los más destacados médicos medievales: Pedro de Abano. La Iglesia lo acusó de no creer en los milagros y registrarle las vísceras a los muertos para practicar magia. Murió durante el juicio, pero igual lo condenaron a la hoguera. Unos dicen que su cadáver fue lanzado al fuego; mientras que otros afirman que sus amigos lo robaron y lo sepultaron.
XVIII
     Llegamos a Venecia en un barco que abordamos en Marghera. Desde el Gran Canal se divisa  la Basílica de Santa María de la Salud,  con sus cúpulas y capillas, cuya construcción recuerda la peste que azotó la ciudad en 1630. Un conde fue internado en el Lazzaretto Vechio, un hospital para pestosos; aunque no debió salir nunca, lo hizo y diseminó el mal por toda la ciudad. Los muertos se contaron por miles, y los habitantes  solicitaron ayuda divina, la cual llegó, se supone. En agradecimiento se erigió el templo, en cuyo recinto se le reza a la Virgen de la Salud. Los santos martirizados Cosme y Damián también son parte del culto, quienes el siglo III ejercieron la medicina entre los pobres sin cobrar. La leyenda dice que una vez sustituyeron la pierna de un enfermo de gangrena por la de un negro que había muerto. El arte ha reflejado esta manifestación  de la medicina mística en muchas pinturas donde se ve a un hombre blanco en su lecho de enfermo con una pierna negra. Cosme y Damián son ahora los patrones de los médicos, los cirujanos y los farmaceutas; además, con sus nombres se designan algunas sociedades para trasplantes de órganos.

 En una góndola nos adentramos por los canales de la ciudad. El gondolero  nos cuenta la historia de algún monumento;  sin embargo las mujeres de la embarcación quieren  oírlo cantar como en algunas películas, pero el conductor sólo ríe mientras pasamos por puentes y divisamos balcones sobre nuestras cabezas y gaviotas en la lejanía. Puente Rialto, grita el gondolero-: Tiene más de mil años; el Palacio Ducal que encierra las historias más distantes del gobierno veneciano; el hotel donde se alojó Mozart; la última morada de Wagner; y así sigue, citando edificios y personajes que alguna vez se hospedaron en ellos.
  Al pasar  por el Puente de los Suspiros descorchamos una botella de champaña y brindamos. Alzamos las copas por el amor, la amistad y el momento único de respirar el aire veneciano. No obstante, este puente en realidad recuerda los quejidos dolorosos y no los suspiros placenteros de los prisioneros condenados a muerte que allí se encontraban recluidos.
A propósito, cuando llegaron los  camiones de carga  a Venezuela  en el siglo XX sus primeros choferes fueron italianos, quienes cariñosamente los llamaron gandolas .en recuerdo de las famosas lanchas del mar Adriático.

 Dejamos la góndola para caminar la Ribera de los Schiavoni, un paseo largo y amplio lleno de pequeños establecimientos comerciales y punto de partida para entrar y salir  por las callejuelas de Venecia. En cada oportunidad te da la impresión de ya haber estado en ese lugar, es una forma peculiar de deja vu veneciano; pero luego caes en la cuenta de que es nuevo. Casi todos los puestos de suvenires tienen  sus máscaras y sus pinochos, de diferentes tamaños y colores. Carlos Collodi, el escritor florentino autor del famoso cuento del muñeco de madera, para hilvanar su relato tomó la idea del homúnculo o ser diminuto fantástico  que luego crece y se convierte en humano. Cuando Anton van Leeuwehoek  en 1677 perfeccionó el microscopio pudo ver los espermatozoides. Nicolas Hartsoeker en 1694 también los vio pero pensó que eran los homúnculos, individuos pequeñitos con grandes cabezas. Surgió así en la embriología del siglo XVII la teoría del preformismo, muy en correspondencia con los conceptos mecanicistas de la época, y según la cual  el germen se encuentra ya formado como homúnculo con las propiedades y los caracteres del organismo adulto. Esta idea fue derrotada por la epigenética que  concibe el  organismo como una nueva formación que se desarrolla gradualmente hasta llegar a su estado de embrión maduro.


Luego de caminar por callejuelas sin rumbo fijo llegamos a la Plaza de San Marco. Las palomas se acercan y se posan sobre los hombros de los turistas. Una argentina solitaria nos aborda y dice que aquí surgieron las primeras transacciones  bancarias: el hombre de negocios se sentaba en un banco y hacía sus operaciones mercantiles con sus clientes. Si por alguna circunstancia las cosas no andaban bien con el dinero y se arruinaba, entonces agarraba el banco y lo sacudía contra el suelo, es decir quebraba el banco que era su lugar de trabajo. Fíjense, dice la argentina riendo, esta plaza  encierra la historia  de la honestidad comercial. Antes el mercader  mostrabas honradamente la condición de sus bolsillos para no engañar a sus clientes, ahora se recurren a todas las artimañas para ocultar la verdad, no importa que su economía esté por el suelo.
Entramos al Café Florian, el más antiguo del mundo. Aquí estuvieron Carlo Goldoni , Goethe y Casanova. El último de estos  personajes seguramente era atraído por el hecho de que el Café Florían era el único en su género en aceptar mujeres entre sus visitantes. También estuvieron  Lord Byron , Marcel Proust  y Charles Dickens…
La música clásica en vivo ameniza mientras los comensales se distraen con los platillos de ravioli, los cubiertos de plata, las fotografías o la contemplación del atardecer.  Cuando la orquesta toca El Danubio Azul, me entretengo con La Muerte en Venecia de Thomas Mann. Nos sirven copas de vino Collio. Alguien hace una detonación y las palomas y gorriones alzan el vuelo con alborozo.
 Un barco grande cruza el Adriático; más cerca, góndolas maniobran entre puentes. Las gaviotas se posan sobre las embarcaciones detenidas. Los pintores se mezclan con los vendedores de todo tipo de mercancía, y ofrecen sus cuadros recién elaborados con paisajes del instante.
Reiniciamos la caminata, vagando por todos los rincones de la ciudad. Una placa recuerda a los Medici: otra, es del  hotel Londra Palace, donde se hospedó Tchaikovsky y compuso una de sus sinfonías.
  Una tablilla anuncia un consultorio pediátrico, y no entiendo si es una referencia histórica o de la actualidad veneciana. El coro de Vivaldi. La casa de Petrarca.
Los pasos y las miradas se dirigen hacia el Canal Grande, donde muchas barcas se alinean a lo lejos para dar inicio a una competencia. Es la fiesta en aguas venecianas o Regata Histórica, símbolo de la antigua prestancia y riqueza de la ciudad. Las naves empiezan a moverse y se hacen cada vez más grandes en la medida que se acercan a la orilla.
Tras dejar la algarabía de las embarcaciones nos topamos con la casa donde murió de tuberculosis Christian  Doppler en 1853, descubridor del fenómeno que lleva su nombre: Efecto Doppler. Cuando estamos parados en un sitio podemos decir si un automóvil se está acercado hacia nosotros, o si, por el contrario, se está alejando.  Las ondas se hacen más altas cuando se aproximan, y más bajas cuando se alejan. Es decir, el fenómeno se produce cuando  la fuente emisora de ondas está en movimiento. También se aplica a la luz: si un cuerpo celeste se acerca a la tierra se ve azul, y si se aleja se ve rojo.
 El Efecto Doppler amplio los conocimientos sobre el sonido e hizo entender mejor su materialidad: el mismo interacciona con un receptor y puede ser graficado. Esa interacción permite la orientación y desplazamiento de un murciélago , por ejemplo; y es el principio de los ecosonogramas, sin los cuales no es posible el desarrollo de la medicina contemporánea. Un aparato emite ultrasonidos , los cuales chocan con el objeto estudiado y se regresan para ser transformados en imagen. El Efecto se utiliza también     para detectar el flujo de los vasos sanguíneos y escuchar los latidos fetales.

Con el atardecer regresamos a Marghera y descorchamos  una botella de Chianti Classico.

XIX
Como todas las mañanas otoñales, la de hoy, con su cielo oscuro presagiando lluvia, es melancólica y fría.
A propósito del camino que lleva a Verona empezamos a recordar algunos hechos y personajes en esta ciudad de amores imposibles. No fueron Romeo y Julieta los primeros en sumergirse en una pasión tormentosa; antes, mucho antes, Catulo se volvió loco por una mujer casada, quien, sin embargo, lo aceptaba y luego lo rechazaba para nuevamente acogerlo en su regazo. Aunque se dice que Catulo le cantó con delicadeza lírica, los siguientes versos contradicen esa teoría:

Con nadie más que conmigo dice mi amada que se uniría,
 ni aunque Júpiter mismo se lo pidiera. 
Eso dice: pero lo que dice la mujer enamorada a un amante
conviene escribirlo en el viento y en el agua rápida.


El amor incomprendido de Romeo y Julieta terminó trágicamente y con todo un gran contingente de imitadores, quienes, supuestamente ingerían en altas dosis  para envenenarse  un medicamento que pasó a llamarse “Veronal”, para recordar a los enamorados de Shakespeare. Pero el  Veronal no se relaciona con los suicidios provocados por las pasiones desenfrenadas juveniles, como algunos especulan. Cuando el alemán Adolfo Bayer descubrió la sustancia soporífera la llamó barbitúrico o barbital en honor a Santa Bárbara porque  era el 4 de diciembre, día de  la mártir cristiana. El Dr. Josef Mering decidió probar la efectividad del nuevo fármaco. Emprendió un viaje y se despertó en Verona.

Isabel habla de  un veronés del Renacimiento, Girolamo Fracastoro,  quien demostró que la creatividad es una sola, tanto para las ciencias como para los estudios humanísticos: en un poema describió la naturaleza de una nueva enfermedad venérea y hasta le dio nombre: sífilis.
La plaga era llamada enfermedad española, picazón napolitana, mal francés, italiano, portugués y de otras muchas maneras ofensivas a los respectivos gentilicios, según el pueblo culpabilizado de su propagación. De acuerdo al poema fracastoriano, el pastor Sífilis fue castigado por el dios sol debido a sus transgresiones sexuales. Sífilis como nombre gustó a todos porque no injuriaba ninguna nacionalidad.
La argentina solitaria comenta sobre dos médicos veroneses muy importantes: Lombroso y Capecchi. El último recibió el Nobel por sus experimentos con células madres; mientras que Lombroso, dicen no era tan científico como su paisano genetista porque afirmaba que podía detectar a un criminal por ciertos rasgos físicos.
Bueno-intervengo yo-: Más de una vez he escuchado comentarios como “ese tipo tiene cara de criminal”.
-Yo apoyo las teoría lombrosianas-dice la argentina-  sobre todo en  lo referente a los castigos para los criminales incorregibles: o encerrarlos de por vida o liquidarlos. Es la única manera de defender a la sociedad de manera efectiva.
Luego la maestra mejicana, quien tras su aspecto de anciana venerable con   dificultades motoras, esconde una mente incisiva , una buena memoria y posiciones radicales , recuerda el caso de Phineas Gage, a quien una barra metálica le destrozó el lóbulo frontal en un accidente laboral, luego de lo cual se transformó de hombre bondadoso en un ser  huraño y blasfemo.
Isabel calla un rato y luego agrega:- Con el caso del hombre de la barra quedó demostrado que somos buenos o malos según lo determina la estructura de nuestro cerebro. Como los trasplantes de sesos no se hacen todavía, es muy recomendable eliminar al criminal o aislarlo en una celda y perder la llave, porque en libertad seguirá con sus fechorías.
Bueno, yo decidí no hablar por sentirme ignorante en asuntos de criminalística. Preferí pensar en cuestiones más pedestres y  me preguntaba si la expresión “tener dos dedos de frente” se relaciona con la materia tratada.

Nuestros vecinos conversan sobre otros temas más ligeros y en correspondencia con nuestro viaje. Capto que hablan de las termas de Catulo; de la República de Saló,  último consuelo de Mussolini; de Monte Bianco y sus divinidades; la batalla de Solferino y su testigo más prominente y necesario: Henri Dunant, quien al presenciar las miserias de la guerra decidió crear  la  Cruz Roja Internacional. En Génova-comenta alguien- hay una estatua de Cristobal Cólon, cuya expresión marmórea de sus labios, según Gorki, se traduce como “sólo triunfan los que tienen fe”.
XX
“Mantener la distancia salva la vida”. El letrero se repite cada cierto trayecto, y creo tiene vigencia no sólo para los automóviles, sino para las personas y la toma de decisiones.
XXI
        Ya estamos en Milán.  Mientras llueve y oscurece aprovechamos para descansar. Hago un recuento de las posibles visitas. Prioritario es ver La última Cena.
 Averiguaré si hay algún recuerdo de Paré.  Ambrosio Paré, padre de la Cirugía moderna, corrigió a su compatriota, Giovanni de Vigo, quien malinterpretaba a Hipócrates cuando afirmaba  que “lo que la medicina no cura, lo cura el hierro, y lo que no cura el hierro lo cura el fuego …”.
Por eso Giovanni de Vigo enseñaba que las heridas de bala debían ser tratadas con aceite hirviendo para evitar la infección, la cual en realidad prosperaba más, porque aumentaba y profundizaba la superficie dañada. En un principio, Paré recurrió a ese método; pero en la guerra de Milán al terminarse el aceite recurrió a una mezcla de yema de huevo con aceite de rosas con resultados positivos. Pero es probable que Paré nunca estuviera Milán, sino que curaba a los soldados, compatriotas franceses, en otro lugar fuera del campo de guerra.
En alguna iglesia de Milán está enterrado Girolamo Cardano, cuyo nombre se recuerda por ser el inventor de un componente mecánico: el cardán. Era médico, matemático y astrólogo. Aunque realizó una destacada actividad anticristiana, recibió cristiana sepultura en la ciudad del Edicto de Tolerancia de la religión que atacó: escribió el horóscopo de Jesús y un homenaje a Nerón. Fue acusado de herejía, encarcelado, liberado, y luego designado astrólogo de la corte papal. Muchas veces, ser enemigo comedido es mejor que ser amigo incondicional.

En Metro llegamos a la Plaza del Duomo. La catedral está abarrotada de gente que asiste a   una misa  por la muerte del arzobispo emérito de Milán Carlos María Martini. Hay música fúnebre y campanadas en  el Duomo con sus estatuas y  pináculos. Curas y monjas de negro se confunden con los feligreses.
Pasamos pórticos y columnas para llegar a la plaza Mercanti con sus acabados arquitectónicos  medievales. Un arco triunfal grande nos lleva hasta la Galería de Victor Manuel II .Paredes, pisos  y vitrinas deslumbrantes con sus decoraciones y pinturas  amalgaman una confusión maravillosa de arte y comercio. Lirios, cruces, lobas de Roma, toros de Turín son objetos para la veneración, el rito, las peticiones y la buena suerte.
Sin darnos cuenta llegamos a la Plaza a la Scala con su famoso teatro de gruesas columnas y afiches anunciando la nueva temporada de óperas y fábulas entre salas de terciopelo, palcos y lámparas brillantes  de cristal de Bohemia.
A unos pasos está la estatua de Leonardo, meditabundo y con una mano en gesto elocuente de haber encontrado la solución a algún problema. Un pájaro sobre su cabeza se mueve hacia todos los lados para demostrarnos que no es parte del conjunto escultural.
Por la Vía Dante llegamos hasta la Plaza Castelo. Una estatua ecuestre de Garibaldi se alza imponente. Recordé una biografía del doctor Pirogov. El cirujano ruso fue consultado sobre una herida que recibió el militar italiano en una pierna. Los especialistas proponían la amputación; pero Pirogov sugirió otro tratamiento, gracias al cual nunca hemos oído hablar del “Mocho Garibaldi”.
Divisamos el Castillo Sforzesco con sus paredes gruesas y torres. En sus aposentos laboró el genio de Leonardo.
Nos acercamos al convento  dominico en la Iglesia de Santa María de las Gracias, donde está la obra pictórica de Leonardo más famosa: La última cena. Nos han informado que la entrada para ver el  cuadro es difícil pero podemos hacer el intento. Nos apresuramos por el bulevar en una tarde fresca que muestra sus primeras sombras. Una sensación rayana en el nerviosismo nos invade de sólo pensar que pronto estaremos frente ante una de las maravillas del arte universal. Un anuncio con el horario de visitas impacta con dureza sobre nuestros sueños: hoy precisamente la exposición está cerrada al público.
 Regresamos abatidos y en silencio. La gente conversa distraídamente en los cafetines al aire libre. Jóvenes alegres pasean en bicicleta. Unos buhoneros africanos empiezan a tender sus mercancías sobre las aceras, tal vez aprovechando la poca vigilancia policial nocturna. Ante unos rieles nos detenemos para esperar el paso de un tranvía.